lunes, 13 de diciembre de 2004

y si cayeran

y si cayeran la paredes
y si cayeran la piel
las vísceras
y los huesos
quedaría la angustia
y te abrazaría

"then you're leaving me... alone... in a room... with an elephant"

Gus Van Sant: Elephant (2003)
Lejos del cine fácil de tours con todo incluido, Van Sant nos ofrece ese espejo, esa ventana, ese pozo, que tantas veces el cine puede ser cuando en lugar de entretenimiento es arte. Elephant acompaña el transcurrir de las últimas horas (y de pasados recientes) de distintos adolescentes que serán asesinados o asesinarán en una historia basada en la masacre de la escuela secundaria de Columbine, en 1999. La cámara se toma el tiempo para seguir en grupos o solos a los jóvenes, que habitan el tedio, la soledad, la trivialidad, la angustia, sin ir a ninguna parte. Y luego sucede la muerte. La historia se fragmenta entre los distintos personajes con la calma propia de esas historias sin rumbo, abandona a uno de los personajes para tomar a otro y llevarnos nuevamente a los mismos lugares, a lugares donde convergen recorridos, en un manejo adecuado del tiempo para una presentación de momentos que, de no ser por la matanza, no serían una historia.
Hay acaso dos deslices que traicionan ese deambular sin sentido que retrata la película: Alex, uno de los asesinos, nos es mostrado recibiendo el escarnio de la agresión soterrada de un par de sus compañeros durante una clase; Eric, el otro asesino, recrimina a uno de los directivos, a sus pies, por no haber hecho nada a favor de quienes son humillados por sus compañeros. Van Sant pudo, sin estos momentos, haber logrado dejarnos sentir que genuinamente nada en la matanza (ni en la adolescencia) es fácilmente explicable, pudo habernos dejado una de esas experiencias que sacamos a diario de las calles o de los medios, donde contemplamos las tragedias o las rutinas sin entender, y casi siempre sin tratar de entender, las causas.
En el resto de la película todo simplemente ocurre. A veces como en un sueño, como cuando la cámara se hace lenta, en la inexpresividad de quienes huyen de la matanza, en el lento, inexplicable camino de Benny hacia de donde todos huyen. Ese ambiente onírico, absurdo, elemental, monocromático, es un logro realista en un director que ha demostrado que bien puede hacer películas bajo los cánones más efectistas y artificiales de la industria.
Otro logro es una mirada que en momentos es justa con la naturaleza adolescente. Elías tomando fotos, revelándolas, John llorando, la compañera que se acerca y lo besa en la mejilla. Esos momentos cálidos que me recordaron que los adolescentes, como con quienes comparto 40 semanas al año, además de fornicar, beber y drogarse, admiran la belleza, sufren la soledad de un mundo sin afectos ni guianza de los adultos, y pueden ser compasivos. Pero nuestra indiferencia "les ha dejado solos, en una habitación, con el elefante..." El elefante que la cámara dibuja, el elefante que aparece dibujado, entre las cosas diarias y dispares de una habitación, mientras Alex mientras toca Para Elisa...
Van Sant puede no haber logrado una memorable obra de arte, pero ha dado unos pasos dentro del bosque. Y mientas anda mira. Y nos da ojos. Y nosotros miramos y vemos ese pedazo del mundo, del tiempo, como es pedazo incomprensible del universo este banal planeta donde, infinitesimales y breves, vivimos.

martes, 7 de diciembre de 2004

"¿Nos contará usted de los otros mundos allá entre las estrellas, de los otros hombres, de las otras vidas?"

Úrsula K. Le Guin (1929- ): La Mano Izquierda de la Oscuridad (The Left Hand of Darkness, Premio Nébula 1969, Premio Hugo 1970)
Una épica historia, delicada, profunda, sensible. Una historia que quizás no pudo sino escribir una mujer. Al principio la historia me pareció trivial, pintoresca, una historia de fantasía para niños grandes. No lo es, es en cambio una obra imprescindible en la exploración de las posibilidades y logros de la ciencia ficción.
Genly Ai llega al planeta Invierno con la propuesta de que la humanidad que lo habita se una al Ecumen, una especie de confederación pacífica de planetas poblados por humanos. Llega solo a tratar de hacer escuchar su mensaje a los gobernantes de los países de este helado planeta. Su odisea transcurre en dos de los principales países, pero también transcurre en medio de una humanidad cualitativamente distinta de la convencional: en Gueden (el nombre que Invierno recibe de sus habitantes) los humanos no son ni hembras ni machos sino durante unos días al mes, una transformación transitoria que requiere de otro que esté en el mismo momento del ciclo y que asumirá la identidad complementaria. Estos seres andróginos pueden ser tanto padres como madres, hombres como mujeres, pero permanecen la mayor parte del tiempo en estado indiferenciado.
Le Guin desentraña muchas de las posibilidades psicológicas, religiosas, éticas y sociales de individuos y de una sociedad con esta naturaleza. El hilo conductor de la historia será el guedeniano que sacrificará en principio su honor, y luego tanto más, para que el Enviado consiga su misión. El tema central es la amistad que surge en un mundo hostil entre estos dos seres disímiles. Le Guin recrea los personajes, aún los fugaces, con precisión, da profundidad y carácter a los estados de ánimo y a los pensamientos, colorido y tangibilidad a los paisajes urbanos y naturales, emoción a los devenires, credibilidad histórica a la existencia de culturas, civilizaciones y humanidades dispersas por las estrellas. El título es una delicada exaltación tanto de lo Único como de lo Dual que se explica en algún momento del relato. El final es sobrio, propio de la dignidad de los personajes que tejieron la historia. De una especulación sobre el futuro galáctico de la humanidad, Le Guin elaboró lo que pocos especuladores pueden: una hermosa obra de arte.

lunes, 6 de diciembre de 2004

mientras el mundo se desvanece en la oscuridad

Ingmar Bergman (1918- ): El Séptimo Sello (Det Sjunde inseglet, 1957)
La Europa de la Peste Negra y las cruzadas. Un caballero y su escudero regresan de sus diez años de ausencia, de la sangrienta y absurda reconquista de santas tierras. Han envejecido de cinismo y tristeza y desesperación, han envejecido de un Dios que en diez años y en tierras santas se ha hecho cada vez más ausente, hasta desaparecer en la oscuridad.
Dios, ese ausente omnipresente. Las procesiones de flagelados, la quema de brujas que fornican con el diablo nos cuentan de un mundo que cae en su apocalipsis sin atreverse a blasfemar, sintiéndose culpable y hediondo, salvo los que se redimen en el hedonismo.
Con calma, la Muerte reclama a los suyos. El caballero demora la partida retando a la tramposa a jugar ajedrez. Pero los días que gana sólo le permiten más horrores, un breve y falaz encuentro con el trivial solaz doméstico de un saltimbanqui, más absurdas horas y un reencuentro con la paciente esposa que le espera y quien luego será la única (eso enseña la paciencia) que recibirá a la Muerte como a un sereno ocaso.
Una hermosa composición teatral de Bergman, cuyo casi total efecto reside en los diálogos, en la fuerte personificación de la Muerte, en el lúcido y amargo cinismo de Jöns, el escudero, y en algunas pocas imágenes que, como todo lo memorable de esta cinta, hablan del onírico absurdo que es existir y preguntarse por qué, cuando desde siempre todo ha sido apocalipsis.

miércoles, 24 de noviembre de 2004

Un largo tedio de rojo preludio...

KS Robinson (1952- ): Marte Rojo (Red Mars, Premio Nébula 1993)
No debería escribir sobre libros que no me gustaron. No sé si con ésta comience una serie agria de reseñas desencantadas... pero. Pero MR fue premio Nébula y sus dos secuelas, Green Mars y Blue Mars, Hugos. Sobre éstos dos últimos tengo una esperanza que se amenaza a sí misma, ya veremos. Entretanto queda el esfuerzo vano de perseguir obstinadamente, durante 577 páginas, una historia que llegara a alguna de mis vísceras...
Los personajes principales se extinguen con languidez en una vejez heroica, en un sentido media y gringo del adjetivo, sin adquirir jamás profundidad, sin transformarse a sí mismos tras décadas en un planeta de leve atmósfera y gravedad. Leves llegan, leves permanecerán gravitando. El libro quiere adquirir un tono más profundo en su parte final, con sus revoluciones más torpes y confusas que épicas, con sus catástrofes planetarias... amenaza una dimensión que no logra... Pero cuando sus personajes deambulan meses en el tedio prófugo y perdido al menos parecen haber logrado su propósito de mimetizarse en el paisaje del tono del libro.
Robinson logra algo titánico: concibe técnicamente la colonización de Marte, con algo de escenario social, pero sus actores son pintaditos, su historia esquemática, pobre. Insisto, la buena ciencia ficción lleva al humano a escenarios que le permiten deambular otras dimensiones de su antropoide psique. Robinson desperdicia esa magnífica oportunidad. Un crítico citado en la solapa afirma que parece que Robinson hubiera estado allí, entre los primeros colonos de Marte y hubiera regresado para contarnos... Sí, exactamente: igual le hubiera dado escribir sobre la Bogotá del siglo 16, pero su talento no habría captado lo profundo.
Pero quiero pensar que no fue sino un largo y aburrido prólogo a algo más denso, verde o azul. Espero.

domingo, 14 de noviembre de 2004

antes

Alguna vez tuve el color de la tierra
Mientras andaba el monte
Mientras sudaba mi tristeza
Luego
El mundo se detuvo
Una tempestad de polvo
Me borró hasta el olvido
Desde entonces
Migro
Y dejo
Nada
Mis huellas
Son de viento

miércoles, 10 de noviembre de 2004

Una lección de disección

Otto Preminger: Anatomy of a Murder (1959)
Una trama que pudo haber sido apta para moralejas: Un teniente del ejército es acusado por el asesinato del hombre que violó a su esposa. Ésta, una mujer coqueta y sensual, contrata a un abogado brillante y sin ambiciones para que asuma la defensa. Las personalidades del oficial y de su mujer dejan dudas sobre la naturaleza del crimen. La película deja entrever que quizás fue el oficial quien golpeó a su mujer esa noche al regresar ella a casa, no por primera vez, con un hombre después de haber bebido en el bar local, y luego de golpearla, (y obviamente aquí acaban las especulaciones) haber ido a buscar al tipo, el dueño del bar, para asesinarlo de forma premeditada y fría frente a sus clientes. Pero también hay sospechas fundadas de una presunta violencia sexual contra la mujer y de que el agresor trató de ocultar evidencia (unas enormes bragas que hacen presencia histórica en la pantalla), aunque nunca la violación resulta demostrada. En cualquier caso, la película deja sin resolver la verdad sobre la historia, y no sabremos jamás si hubo algún tipo de justicia en el desenlace. Preminger evade brillantemente la posibilidad de adoctrinar babosamente y de ofrecer fáciles modelos para identificarse. Una película anti-Hollywood.
Con planos largos planos de actuaciones sobresalientes de tanto los actores principales como los secundarios, esta película es una narración sincera acerca de lo inasequible que es la verdad, de los ámbitos modestos en que se mueve la honestidad. La película nos ofrece unos abogados si bien no honestos sí transparentes en su oficio irrelevante y trascendente a la vez, pues siempre los equívocos resuelven, en lugar de la verdad, los destinos. Raro, sí: esta vez los abogados resultan ingenuos a pesar de sus argumentos brillantes, sobrepasados por la natural complejidad de la espontánea y acomodaticia inmoralidad humana. Una película sencilla que respeta la inteligencia del espectador y la entretiene, más allá del bien y del mal y de sus fáciles sucedáneos de la industria fílmica.

jueves, 4 de noviembre de 2004

ése

por todas partes
acecha el dolor.
es lo único que uno no aprende, jamás:
no terminan de cicatrizar unas
y ya hay nuevas
heridas abiertas.
hay algo de resignación en ese estupor que se repite.
la vocación por el dolor
es un hambre
que no sería tan terrible si
detrás de cada dolor
no estuviera
el homúnculo.
anciano desde que nacemos.
decrépito.
riéndose.
a veces, muy pocas,
llora.

arrastrarse

dos·

incluso quienes envejecemos despacio compartimos la misma angustia de decaer.
esperamos mientras el rostro traiciona los años.
pero los huesos sí se cansan.
se hartan de sostenerse,
quisieran
pudrirse, dehacerse.
la carne aún parece
querer caricias
pero quiere ponerse fría, pútrida,
sentir el alivio de no encarnar ya nada.
de no ser una vejación constante
para
nada
para
nadie.

arrastrarse

uno

al mismo tiempo, no somos tan frágiles.
no nos mata el tedio
ni la tristeza.
ni siquiera el cansancio levanta esa mano
que a algunos asesina.
acaso desgasten, todas estas oscuridades,
pero no aniquilan.
hay un fervor sacrílego detrás de la voluntad que anima saltar a la oscuridad,
una voluntad que niega la voluntad primégina
de respirar
de latir
incluso
de llorar.
de seguir llorando.
de ser cobardes.
entonces se traga la bilis, se calla.
y uno se arrastra
se continúa arrastrando
en la oscuridad.

viernes, 29 de octubre de 2004

Como beber agua tibia

Como beber agua tibia
Metálica
Triste
Como deshuesarse entre las horas que espero
Pálido
Sonriente
Tragándome los dientes
Como desangrarse
Cagar
Vomitar
Sangre
Y seguir sonriente
Beber más agua
Y preguntar por la gente

lunes, 11 de octubre de 2004

"Each wish resign'd"

M. Gondry: Eternal Sunshine of the Spotless Mind (2004)

La mezcla de ciencia ficción y comedia romántica vale bien para tarde de domingo. La trama nos revela incansable esos personajes triviales que todos somos por ratos y construye un romance tonto con un guión inevitable (el deslumbramiento, la ternura, el tedio, la ira) pero con un recurso inédito: la posibilidad de borrar todo recuerdo del otro. No hay mucho que decir de esta película agradablemente manipuladora (aquí suspirás, acá lagrimeás, allí te reís) y de buena pero simplona factura narrativa (a pesar de las bonitas escenas surrealistas de Clem y Joel que entre otras memorias huyen de la ablación de su amor), excepto por el final: cuando Clem y Joel afrontan la posibilidad de continuar ese romance, el cual acaban de descubrir es reensamblado, cuando saben que se hastiarán y se dolerán, Joel se encoge de hombros y decide que así sea, amén. No podemos evitarlo, el amor es un complot fisiológico, evolutivo, al que queremos achacarle cosas que no le corresponden: la comprensión, la tolerancia, la felicidad. Se engulle, bajo un hechizo que luego se revelará mordaz, así como se bebe a pesar de las resacas. Somos mamíferos que, como todos los demás de pelos y leches maternas, nacemos para la dependencia afectiva. Amén, Kauffman, amén.

martes, 5 de octubre de 2004

para que le guste tanto la sangre

José Saramago (1922- ): El Evangelio según Jesucristo (O Evangelho segundo Jesus Cristo, 1991)
La fe, como las mismas convicciones diarias, es necesariamente irracional. Sostenerle un sentido habitual a la mamífera demostración de nuestra existencia requiere menos de la racionalidad que de una consistencia visceral, de una convicción absurda de que es trascendente aquello que da consistencia biográfica, lúbrica, pasional, afectiva al hecho de ser carne y piel sostenidas por un esqueleto. La fe católica, cristiana, o monoteísta, como virtualmente cualquier fe surgida de la imaginación cobarde de esta especie febril, egoísta y vana, no soporta un análisis cuidadoso de sus motivaciones y raíces, menos de su lógica. La subordinación humillante a dioses ávidos de sangre y dolor, la fácil intolerancia, las Iglesias brutales llevan a la necesaria conclusión de que ese demiurgo baboso e indiferente inventado por los hebreos, los cristianos y los musulmanes es una imagen magnificada y arrogante de nuestras fétidas entrañas.
En la escena central del relato de Saramago sobre Jesús, cordero de un dios hebreo ávido de un público más amplio, ese dios se manifiesta como inevitablemente debió haber sido, como debe ser: un ególatra que necesita del padecimiento, del horror, para ser venerado. El diablo tienta a ese judío codicioso con la compasión y éste la desprecia. El diablo se resigna: "Es necesario ser Dios para que le guste tanto la sangre".
Con un dios que se proclama todopoderoso no son posibles los malentendidos: por sus frutos es conocido. La bondad y el misticismo, el arte, sólo prueban que el humano es suficiente criatura para inventarse un dios sangriento y pedante y a pesar de todo ser Francisco de Asís, el Greco, Bach o Pessoa, o alguna de esas dos Marías que se abrazan en la escena más hermosa de este libro que testimonia el sacrificio de un inocente para que durante centurias siguiéramos satisfaciendo nuestra lujuria de sangre. La bondad, la inocencia, sólo sirven para que los herederos de dios en la tierra tengan qué llevar al matadero. Y la dignidad frente a esos ángeles del señor que reclaman para sí la parte terrena de su reino es no ser, no querer ser como ellos, traficantes y asesinos de almas y de carnes. Y como el Jesús de Saramago, la dignidad será señal de la derrota. Benditas sean. Maldito sea ese dios que desconoce dignidades y derrotas.

sábado, 2 de octubre de 2004

With Nails in His Eyes

Tim Burton (1958- ): The Melancholy Death of Oyster Boy & Other Stories (1997)
Pareciera como si con ferocidad Burton ironizara sobre el insulto que supone cada humano en el mundo, la tragedia, lo patético. Brutales, absurdos, ridículos son los sentimientos con los que nos aferramos a este escenario, a nos y la desidia, a la indiferencia o a los varios sentimientos recíprocos o no con los que los demás reconocen nuestro exabrupto de existir. Burton aborda con más talento imaginativo (imaginación, imagen) que poético o narrativo esta oscura dimensión, la única que importa, de nuestra condición homínida. Son las más de sus tristes criaturas niños, pues aún en la crueldad, la inocencia de la infancia prefigura todas nuestras culpas, nuestras devastadoras soledades de las cuales con humillaciones vamos a querer huir. No deja una cicatriz, pero bastan unas pocas imágenes impecablemente logradas para que este libro sea buscado otra vez por ávidas manos. (Vale: primero le agradecés una película afectada sobre lo hermoso de nosotros y luego lo fustigás por no ser lo suficientemente talentoso para ilustrar nuestro hedor… entonces? Ah, es que depende… Como él, como muchos, uno tiene que apreciar adecuadamente la pestilencia, el horror de lo humano para amar esa especie que jamás debió existir…)


The Boy with Nails in His Eyes

miércoles, 29 de septiembre de 2004

manos

en mis manos cantan las mías, las manos que no tengo y desollan, sin escuchar, los gritos, la tierra, el agua que beben, la esquirla que amenaza, la oscuridad que hienden.
en mis manos cantan las tuyas, roncas, tenebrosas, si no cansadas, luz gris pastosa de alborada, las manos que atiborran de sándalos y heridas otras manos menos mías, las manos que no encuentran y en ciega ira
me cardan.

lunes, 20 de septiembre de 2004

Celebración inconclusa

José Saramago (1922- ): Ensayo sobre la ceguera (Ensaio sobre a Cegueira, 1995)
El primer libro de Saramago que termino. Es fácil entenderlo, cuando se me saben ciertas debilidades. Aterradora por momentos, por largos momentos, la narración nos lleva por el infierno de una humanidad que poco a poco enceguece como envolviéndose en un blanco mar. Primero el rechazo brutal hacia las víctimas de la peste blanca, luego la brutalidad entre los mismos ciegos. Asistimos con nuestros ojos puestos a este horror siguiendo los ojos de una mujer que sin estar ciega y fingiendo estarlo, acompaña a su marido al manicomio abandonado donde encierran a las primeras víctimas. Con ella pasaremos días de hedor de excreciones, de miedo, de inclemencia humana. Será violada, asesinará, será los ojos de su pequeña tribu amada. La novela no carece de momentos felices: "...somos la única mujer con seis ojos y seis manos que hay en el mundo." "Cuántos años tienes (...) Me acerco a los cincuenta, Como mi madre, Y ella, Ella, qué, Sigue siendo guapa, Lo era más antes, Es lo que nos pasa a todos, siempre hemos sido más alguna vez, Tú nunca lo has sido tanto..."
Retrato casi perfecto de la crápula humana, sin embargo Saramago se concede una debilidad, una fe absurda: la tribu que acompañamos conoce la desidia, la cobardía, pero no los peores infiernos de la herencia ancestral de reptiles y mamíferos carroñeros: en la tribu no hay rabia, nadie estalla de ira, nadie quiere matar a dentelladas a ese otro que apesta como uno, pero que por ser otro apesta más. Los perversos son los otros, los que amenazan la unidad absurda de esta tribu mísera pero digna. Es un acto de fe.
Por último, en el infierno Saramago les concede no sólo las efímeras felicidades de la cópula y la venganza, del llanto consolado y de los abrazos, sino además les permite salir, abandonar el justo lugar donde pertenecen. Como harto de hacerlos sufrir tanto, los libera. Y entonces, con rabia triste uno los deja, más allá de las últimas palabras de la novela, volver a hacer el mundo, a imagen y semejanza de la bestia.

lunes, 13 de septiembre de 2004

en ti

en ti me pudro y me desciendo
en ti encuentro el polvo del que estoy hecho:
el rencor, el cansancio, el olvido
en ti se me secan los ojos
se me caen los dientes
en ti recuerdo que arrastro
una a una mis vísceras
soy un inventario pendiente de morgue, de carnicería

en ti me veo
en ti me nombro
en ti me siento
en ti muriendo, hediendo
río
y celebro
escupo sangre
y te beso

domingo, 22 de agosto de 2004

"é melhor morrer do que perder a vida”

a Tito de Alencar Lima (1945-1974)

lejos de la tierra donde te desgarraron
el alma y la piel a pedazos
elevas los brazos
-en el dolor me pierdo...
hermano de arcilla
obrero del sufrimiento
que el álamo que has escogido te bendiga
que azul el verano te abrace
que te acoja el dios de los pájaros
de los niños
de tu sagrado silencio.
que sean ése y tus gritos mi evangelio.

vuelo

volaré en el idioma de tu rabia y de tu miedo
mis alas de madera arderán en el cielo

abres la puerta

abres la puerta y el desierto se suspende
la ira de la arena
las estrellas se detienen
un gesto tuyo
con el olor de la madera me condena
me arrastra hasta vos
-quién eres?
y tus labios borran la sangre de mi frente

recuerdo

caí del cielo.
había un dios que me hacía velar la putridez de sus huesos.
en mis pesadillas me hundía en el mar,
para llorar en silencio.

como un niño, como un cuervo

huirán las nubes del viento,
no acecharán más los espejos.
entre aves moribundas peregrinarán mis miedos.
búscame.
hiéreme la piel con un beso.
puebla mis vacíos con tu silencio.
y te amaré como un niño,
como un cuervo,
como un oasis a su desierto.

partes

con tus manos arrancas pedazos del tiempo
pierdes mis caravanas en tus dunas innumerables
fatigas en el mar mis espejismos anhelantes
me dejas alacranes en la piel
una lepra que arde
y mis ojos llorando
tu oscuridad de sangre

mutilado

castrado te contemplo
en mí
sigues huyendo

detrás

detrás del cristal de mis ojos y de los tuyos,
del cristal de mis huesos que se rompe cada vez que te presiento,
del cristal de tu piel de tus dientes
de tus labios que deseo,
del cristal de mi encierro,
detrás tus mentiras,
mi frío
y esa angustia
con la que te quiero.

abisal

en la vastedad extenuante
y pútrida
del fondo del océano
el maderamen de mis manos
ha navegado ciego
la tempestad de tu silencio

respiro

mis pulmones convocan partículas ínfimas e innumerables del polvo en que se deshacen las palabras y los gemidos. respiro las partículas en que se desgastan las horas, los amantes y los juegos de los niños. respiro olores casi todos de cosas muertas o que se están muriendo. y cuando te veo, cuando estás conmigo, te respiro, lentamente, te respiro.

(a alekos)

no quiero automóviles ni peces en mis funerales. quiero una muchedumbre mansa, estigmatizada, una muchedumbre de cojos y de enanas. beber de tus dedos marítima agua, callarme de ti en mi oculta asimétrica mirada y contarme los dientes mientras cae la grava y las flores estallan.

en tu miedo

seré la sombra de cansado universo

sábado, 21 de agosto de 2004

De no tocarte, de no mirarte

Kitano Takeshi: Dolls (2002)
Me sobrecogí cuando ella lleva su mano a la cabeza de él, que sentado duerme a su lado. Esperaba con un estremecimiento la caricia, pero ella solo tomó de entre el cabello de él una hoja de arce. Cuando yo tenía quince o catorce, quería que el amor fuera ese: la contemplación, la presencia absoluta sin que la piel se tocara. Acá sólo la desesperación lleva al abrazo, sólo al correr hacia la muerte se toman las manos.
No es deseo el amor. Es veneración, compasión, devoción. (Como dice Takeshi, algo demasiado puro para lo que casi todos somos). Apenas ha empezado la película, ésta se aleja casi con desprecio de la peor forma, y la más cotidiana, de simulacro de vínculo: el capricho, la imposición, la ambición, la conveniencia. Perdido el amor se pierde la razón (el por qué, el sentido), y Sawako abre la puerta de la muerte y sale de ese que ya no es el mundo. Tarde, Matsumoto vuelve con ella, y con lo que de ella queda abandona ese vestigio que son los otros, se ata a ella y atados ya no son sino que andan, recorren mudos y deslumbrantes de belleza trágica la primavera, el otoño, el invierno, las montañas, la orilla del mar y los ríos, que acaso para ellos no sean sino un rumor gris de lo que fue estar, juntos, vivos.
Amar es un campo de flores ciego junto a vos, amor es que me llevés ciego de tu mano. Nukui se enamora, como tantos, de esa Haruna que a pesar de ser ícono no llega ser vana. Luego de que la desgracia separa a Haruna de su condición de imagen pública, Nukui después de fijar la imagen de Haruna para siempre en su memoria, arranca sus ojos para poder acudir a ella sin herirla con la mirada. Nukui se va y muere. A Haruna le queda la bendición de esa ceguera que la amaba.
Amar es cocinar para vos, amar es comer juntos. Un día te vas. Qué me dejás: la espera que el tiempo desprecia. Hiro, donde sólo va a constatar el espacio del recuerdo, la encuentra, repitiendo en el mismo parque el ritual de la espera. Llega como otro, cansado de vida el cuerpo y estancada la sangre, y ella lo acoge como otro, en lugar de ese que nunca vino. Y como aquél lo hacía, almuerza con ella la comida de sus manos. Y, otra vez, llega la muerte y dice basta.
Y nosotros? Allí estábamos, sentados, en el fondo, la utilería, el escenario, esas cosas vacías que somos la parte trivial del mundo, mientras ellos, desprovistos de racionalidad y de lógica, sólo aman, vivos como el cielo, vivos como el agua.

jueves, 19 de agosto de 2004

dos

me sos?
me pierdo
te basto?
arrancá mi piel
bebé mi aliento
enterrame
donde me encuentren los perros

martes, 17 de agosto de 2004

Hasta el último round

Charles Bukowski (1920-1994): El Capitán Salió a Comer y los Marineros se Tomaron el Barco (The Captain is Out to Lunch and the Sailors Have Taken Over the Ship, 1998)
No fue amor a primera vista. Estábamos en Aguaclara, bajo Anchicayá, en una playa sobre el río. Este pelado, que venía con Carolina, me pasó casi vehemente un libro de cuentos de Bukowski. Me hastié rapidamente de la violencia gratuita.
Luego vinieron los poemas, esos que lee Carlos Sanabria para soportar los días. Después con Ham on Rye descubrí que la prosa autobiográfica de Bukowski es también un poema violento en su naúsea, su ternura, su lucidez y su desdicha. Luego otro libro de poemas. Y hace poco, en una librería en Cartagena, estos apartes del diario de sus últimos meses (agosto 91-febrero 93). La portada posterior miente: el secreto que conocía Bukowski no era que nada tiene importancia, sino que todo, hasta lo más despreciable, que es uno, duele tanto que es lo único que importa de estar vivos.
Bukowski, como pocos, era un niño envejecido. Un niño violento, herido. Un niño perdido en una pesadilla atroz. Fue feliz con rabia y tristeza en las palabras, en la dignidad de otros que caían, en la música clásica. Peleó siempre, aguantó duro. Y este viejo niño que contemplamos en su diario insiste: todo importa y nada, nada, nada tiene sentido.

lunes, 16 de agosto de 2004

antes

ebrio era más fácil
el tiempo
la inocencia
estar vivo
era más fácil
amanecer en las alcantarillas
seguir bebiendo
creer
ebrio
el amor

ebrio
el olvido

sábado, 14 de agosto de 2004

De ratas devorando cadáveres

Erskine Caldwell (1903-1987): El camino del tabaco (Tobacco road, 1932)
Llegué a Caldwell por la mención que hace Galeano (El libro de los abrazos, 1989) de "sus esperpentos del sur de los Estados Unidos". Recordaba el nombre pero había olvidado lo de los esperpentos y la imagen que hace de él Galeano, "bajo su deshilachado sombrero de paja (...) rumiando nuevas cochinadas y desventuras para sus miserables personajes". Con la fácil fascinación que ejerce sobre mi la decadencia bien narrada, fue cuestión de dos sentadas en una noche devorar esta agradable carroña. Me gusta leer a los humanos en su más honesta expresión: incapaces de la empatía más elemental, de la dignidad más trivial. La predicadora casquivana sin nariz, la abuela famélica qué vale menos que una sombra y muerta poco más que una boñiga, el padre de 17 hijos temeroso de Dios, procastinador, mendigante; Dios mismo, digno de sus criaturas míseras revolcándose en ese ego patético que es espejo de ese Ego que demanda postraciones... Cuál de ellos no nos evoca? Quien ante tal sugerencia defienda su dignidad babeante hecha de comodidades y tres comidas al día olvida qué tan fácilmente se postra ante las hormonas, el televisor, la maledicencia, la autocomplacencia, la inquina. No sería sino despojar a cualquiera de esas encarnaciones diarias y materiales de su trivialidad más profunda para verlo progresar hacia las alcantarillas.
Luego de leer a Faulkner pocos talentos pueden asombrarnos. Caldwell sinembargo con su prosa desnuda proporciona en el mismo paisaje personajes más reales que los que habitan la metafísica del hastío de Faulkner: Caldwell no se toma tan en serio. Fabrica una comedia hecha del olor de nuestras excreciones y secreciones y nos complace al ponernos en este indiferente universo en el lugar que nos corresponde.

lunes, 9 de agosto de 2004

caricia

en la ventana
otras manos
las mismas?
limpian
la sal
de lágrimas antigüas

domingo, 8 de agosto de 2004

viaje

entro en el mar
separo los labios para decir algo que olvido

me entrego a la sal
viajo
despierto
en este espeso líquido sueño dormido

martes, 27 de julio de 2004

rito

primero me arranqué los párpados.
luego me arranqué los ojos.
después te arranqué a vos
de mi vacío.

urbe

en una ciudad interminable
una multitud dispersa de niños de ojos vacíos
tose muda y escupe pus amarillo.
los pájaros trabajan nidos de óxido y de ruido.
un humo espeso convierte lentamente a los árboles
en visceras muertas de hastío,
el agua en metales podridos.
las perras preñadas de fetos y alfileres
se desgarran a cansadas dentelladas los vientres.

y nadie escucha.
nadie siente.
no hay testigos.

domingo, 25 de julio de 2004

11 directores, 11 países, 11 visiones

11'09''01 (2002)
Hasta leer un review (el de Zen Bones en imdb.com) no acabé de realmente ver la película.  Es bueno tener más ojos y más piel que éstos, más manos, más aliento.  Sólo voy agregar a tan hermoso review que en estas visiones de nuevo nos recordamos que somos dos: ellos y nosotros, nosotros y ellos, víctimas y victimarios, y nos permutamos, nos transformamos en el espacio de horas o días o años en uno u otro.  Inflingiendo el dolor, sufriéndolo.  En todas las formas posibles recorremos el horror de ser humanos, de ser colectivos, colectivos el odio, el miedo, el amor, el desprecio, el olvido, la memoria, la esperanza, ser o haber sido niños.  Vos mirás la película y sos todos o podés serlos.
Cuánta falta nos hacen las películas que narren lo humano, sin maquillajes. No lo que deberíamos ser, sino lo que somos, receptáculos de secreciones y líquidos (sangre, semen, babas, lágrimas).  Pero el cine, que tanto espejo debería ser, es casi todo una farsa sobre un animal ficticio.  No queremos mirarnos, ni mirar a los otros.  Durante los once minutos, once segundos, una imagen, insistidos once veces, nos vemos.  Hay para todos.  Para mí la historia del hombre que sobrevive a la muerte y malvive la ausencia bajo una sombra... luego bendice, lentamente, el sol el encierro... la luz, la luz... la luz duele.
Pero es cierto, Huesos: ese sólo corto no habría bastado.  Desiguales en técnica y argumento, juntos son el espejo.

jueves, 22 de julio de 2004

cómo se demora el tiempo

los vasos rotos cubiertos de polvo
las heridas envejecidas
los muros gastados
las sillas vacías
tus dientes
tus manos
tu frío

lunes, 19 de julio de 2004

caída

me aferro a vos
cayendo en mis labios
callando
huyendo
me aferro a vos
me pierdo

viernes, 16 de julio de 2004

Cortázar: Subir hacia atrás

Julio Cortázar (1914-1984): Más sobre escaleras, en Último Round (1969)
A pesar de la grave y dolorosa advertencia de Cortázar, atardeceré sentado en el primer peldaño de tu escalera, de ti, escalera-mujer, mujer escalera, para ver cómo desaparecen los ruidos, para ver cómo todo, a pesar de sí mismo y de la luz en el poste, se vuelve oscuro.  En el silencio absurdo de los escasos ruidos subiré peldaño a peldaño, peldaño por peldaño, multiplicándolos, oscureciéndolos, subiré de espaldas siguiendo los presagios de Cortázar, desnudándote, desnudándome, hiriendo el miedo con mis pies torpes.  Y te contaré mientras asciendo historias con esta voz frágil que de tanto en tanto insulta al silencio, con esta voz que un día será para ti, como mis ojos, un número más en el inventario innumerable de tus recuerdos. Historias sobre la vida y sobre la noche, historias que se pertenecen a sí mismas y que se burlan de la muerte, de la idea de la muerte, de esa multitud devastadora de ángeles de la muerte. Te hablaré de esas cosas dolorosas que no queremos tocar porque nos esconden.  Y cuando termine de ascender, o antes, podrás traicionarme o engañarme, no importa... o podrás, algo después de que en el escalón 39 haya acariciado con mi lengua tu vientre y tus dientes y te haya leído a Salinger, dejarme ver cómo amanece desde la azotea el sol sobre tu piel mientras tu duermes.

miércoles, 14 de julio de 2004

nocturno

ahora
has que la gravedad olvide al mundo 
dame
una lluvia de mar cayendo al cielo
una lenta tempestad
de peces ahogándose
de utensilios dispersos
el asco y la tristeza de las alcantarillas
flotando libres, ascendiendo
los papeles
las palabras
los cosas en que se terminan por fingir los recuerdos
el tiempo

los gritos que se guardan

fuiste desapareciendo en la oscuridad sucia de lámparas, cayendo al vacío. no volví a verte, no quisiera jamás haberte visto. los ojos me duelen de recordarte. las manos se me deshacen por no haberte detenido.

martes, 13 de julio de 2004

vos sos

vos sos el otro lado de mi fiebre,
de mi cansancio,
de mi hastío.

sos cada pausa entre las palabras que me saben a sangre
y luego,
el silencio definitivo.

vos sos todas las caricias del mar sobre este cuerpo,
más que desollado,
herido.

sos otro tiempo distinto,
donde en lugar de pudrirme me ausento,
me desagrego,
me asesino.

sábado, 3 de julio de 2004

deténme

se fiel a mi angustia.

mis huellas se borran cada vez que te acaricio.

lunes, 28 de junio de 2004

London: morir de frío

Jack London (1876-1916): La Hoguera (To Build a Fire, 1910), Finis (1916)
London a veces no habitúa a esos relatos de abandono que culminan con la muerte o la agonía, a su manera asesinatos del, con el, en el frío. Estos dos cuentos estremecedores son algo más de lo mismo: dos maneras de morir en el frío.
En La Hoguera un hombre comete la necedad de salir solo a hacer un viaje de varios kilómetros, que le tomaría todo el día, en medio de una espantosa temperatura de -50ºC. Lo acompaña un perro que, como casi todos los animales de trabajo, no tiene ningún vínculo de afecto con el amo, no comprende el viaje y sólo ahnela un fuego o acostarse cubierto por la nieve. Poco a poco el hombre va descubriendo lo arduo y tenebroso del frío y lo ridículo de su arrogancia al menospreciarlo. A mitad del camino comienzan a aparecer trampas de agua ocultas bajo la nieve, pero son discernibles... casi todas. Cae en una en la que se hunde con rabia hasta las rodillas. Ahora tendrá que encender un fuego para calentarse las piernas. Luchando contra el frío lo logra, pero la nieve de unas ramas cae sobre el fuego. Ahora, con la manos casi congeladas por completo, tendrá que tratar de hacer una nueva hoguera.
En Finis un hombre hambriento y acosado por el escorbuto, a quien ya no le quedan sino menos de medio dólar en oro, residuos de tabaco, un poco de té y harina para galletas, decide acampar y atrincherarse a un lado del camino del Yukón para asesinar con su rifle a algún transeúnte y apoderarse del trineo, los perros y el dinero, que siente son suyos... y volver al sol. Pasan los días en medio del frío y la oscuridad y no pasa nadie. El mismo destino que lo ha demolido hasta el hambre y el dolor del escorbuto, se empeña en despreciarlo: pasan trineos cuando está dormido o poco después de retirarse, atormentado por el frío, del lugar desde donde acecha el camino. El día después de que se le acaba la harina, haciendo un esfuerzo entre las naúseas del agotamiento, caza un alce. No sólo sacia el hambre, sino que cambia su resolución: puede vender la carne y alejarse del infierno. Pero, mientras duerme, unos lobos hambrientos le dejan los huesos de lo que pudo haber sido. Pasan más días. Se obsesiona con el nombre de los días: por averigüar la fecha regresa a un caserío cercano, el mismo en que bebió un último trago antes de atrincherarse. Allí descubre que es nochebuena y que al amanecer van a partir de la posada tres viajeros que llevan de equipaje la vida que a él le pertenece. Parte y vuelve a su guarida para esperarlos. Le quedan siete tiros.
London, ese escritor sublime para la angustia y la desesperanza, le concede, a estos dos personajes atormentados, el vacío y la plenitud de no tener esa vocación dolorosa que a él mismo lo alucina y lo destaja (todo exorcismo es para huir de nos, espejismo): los despoja en principio de todo don de imaginación, los abandona a la aridez de cada instante consecutivo. Y lentamente, angustiosamente, los va entregando a la muerte. No hay mayor plenitud para un hombre (lleno de mierda o de vacío) que morir: congregarse y después despeñarse aferrado a sí mismo... y después, dormir tranquilo.

música

...ese pus de mi alegría.

Sueño verte convertida

sueño verte convertida en santa para ser tu herejía.

nostalgia

añoro el caos del cual nací.
antes de vos.
antes de los naufragios.
antes de la angustia
de los presagios.

quiero la muerte

quiero la muerte
como besos feroces de ángeles caídos
en mi piel,
quiero la muerte
del color de tu sangre.
quiero
en mis ojos infinitamente encerrarte
y descender al infierno
(esa soledad de fuego)
con tu imagen.

mis dominios

ese horizonte de cadáveres
más allá de las ruinas.

la antigüedad de mis miedos.

aquí parí animales para los sacrificios de los bárbaros.
me mutilé el rostro.
me cosí los labios.

aquí te he esperado.

Mirada interior

Mientras cagaba sus propios ojos, que dos días antes había devorado, ya no le quedaron más dudas: por dentro era aún puro, el asqueroso era el mundo.

(participante en el concurso de microrrelatos convocado por Omegar)

domingo, 20 de junio de 2004

juntos

en las cuencas vacías de tus ojos puedo hallarme,
el abismo delirante donde vomitan todos los mares.
ven a mis manos mutiladas,
ven para extraviarte.

ofrendas

jehová es aún el dios de los hombres.
cristo besa a lucifer en los infiernos.
(...son un desierto. palmeras
cerca al mar y caravanas
que llevan sal para los ciegos).

sé que no has pedido
una ilusión más profunda que el tiempo,
que las cosas no ocurran,
que el viento en su dicha te desgarre,
que la tierra vertiginosa te deje sediento.
los horóscopos están hechos de quasares y agujeros negros,
las estrellas son frías pero el sol está ardiendo.
yo no sé,
pero calculo,
y sólo para vos me destajo,
me ofrezco,
me siento.
una noche beberás la luna
oscurecida por mi sangre,
creciente de olvido.
una noche estarás siempre
y me habré ido.

herida

verificó sin asombro que la herida era profunda, que el gesto repentino había sido definitivo. del tajo en su cuello acabaría pronto por huir la vida. escuchó el mar. quiso hablar de la felicidad... pero de la boca sólo le salió sangre espesa que sintió como una palabra que acude a lo innombrable, que sueña, como dios, al universo en el vacío.

mirando

el niño
se queda mirando
la esquina
que el hombre triste
ha abandonado

con estupor

con estupor de niña cuentas las ventanas encendidas. luego me miras, me arañas con rabia y ternura el rostro, me besas, me sonríes, miras las ventanas y sigues escupiendo, llorando tu odio a gritos.

no quiero más

no quiero más verbo que tu voz
la sangre seca de tus dientes
y
cerrar los ojos
cuando me dices hastío.

no queda nada

ni tiempo ni vacío.
da lo mismo:
un mar de peces muertos,
mis ojos sin párpados,
todas las sombras que convergen,
una libélula que hiere,
decir tu nombre en el frío.
da lo mismo:
ahora callas. repito tu voz sin palabras
y despacio

despacio

me amortajas.

Creo que igual nos seguiremos pudriendo en las alcantarillas

De todos los inventarios, cuál el más exacto? El que da cuenta de los huesos, de los objetos que nos amenazan mientras dormimos, de las moscas que vienen a mí mientras respiro? Quién cuenta los insomnios? Quién hace la estadística de los terrores?

Domine

Supongo que Dios vive en burdeles sórdidos porque en los demás lugares se aburre. Se levanta por las mañanas a recoger huesos y barrer vidrios ensangrentados entre los que juegan los niños. Alimentándose de la belleza pútrida del mundo, en las letrinas tapadas de semen y de lágrimas Dios canta, en un estertor ronco se acaba, se aplaza, se hunde...

Dos novelas sub-apocalípticas

George R. Stewart (1895-1980): La Tierra Permanece (Earth Abides, 1949, Premio International Fantasy 1953)
John Wyndham (1903-1969): El Día de los Trífidos (The Day of the Triffids, 1955)

Cincuenta años nos han hecho perder la inocencia ante los viejos relatos de hecatombes apocalípticas. Estos dos libros se incluyen en listas de lo mejor ciencia ficción escrita de todos los tiempos, pero su candor parece excesivo y su talento narrativo suficiente pero no excepcional.
En la novela de Wyndham una noche en la Tierra caen millones de estrellas fugaces que iluminan de verde el cielo... Unos pocos años antes, sin saber de dónde, han aparecido sobre todo el planeta unas plantas extrañas capaces de caminar, al parecer de comunicarse entre sí, y de matar presas, entre ellas humanos, con un látigo armado de un aguijón venenoso. Las plantas fueron domesticadas para extraer de ellas un valioso aceite y a esa industria se dedicaba el protagonista cuando un accidente con una planta lo lleva a asistir ciego en un hospital londinense a la noche verde. Despierta al otro día para encontrar una humanidad enceguecida. Los trífidos, las plantas asesinas, no demorarán en escapar de los cultivos. Extrañamente, esta no se convierte en una historia donde el enfrentamiento con los trífidos sea central. Bill Masen, el protagonista, se involucra rápidamente en una historia de amor con una brillante y joven escritora y la historia deriva principalmente en los conflictos entre grupos de sobrevivientes, cada cual con su propia idea del tipo de sociedad que debe reconstruirse. Son por lo tanto los demás humanos de cuyas garras se debe escapar o mutilarlas; los trífidos sólo colaboran en recrear una atmósfera pintoresca y en ponerle límites al reestablecimiento de la normalidad humana.
Stewart nos ofrece, por el contrario una historia sobre el fénix humano, renaciendo sin aprenas contratiempos, de sus cenizas. Esta vez el escenario es un Estados Unidos, predominantemente rural y pueblerino con deambulares escasos por las ciudades, devastado en cuestión de días por una plaga que jamás se precisa. Nuestro protagonista, Isherwood Williams, sobrevivía en una cabaña solitaria en Illinois, cercado por las fiebres de una mordedura de serpiente. Son muy pocos los sobrevivientes y por lo tanto no hay emergentes sistemas sociales en conflicto. Ish, como Bill, se enamora rápidamente, aunque en este caso se trata de una mujer mayor, simple, sabia y suave. Luego el relato fluye terso y sereno, lleno de meditaciones, hacia la historia de la pequeña comunidad de siete sobrevivientes que establece Ish, desde los primeros hijos hasta el ocaso de Ish anciano en medio de sus bisnietos cazadores. La novela, escrita por un profesor universitario al parecer propenso a estados contemplativos, es una sucesión de las meditaciones sobre un pasado perdido, un presente vital y un futuro incierto aunque tranquilo. A Ish le duele la pérdida de la cultura occidental, le duele no como humanista, sino como joven científico provincial, y sueña con permitirle al más frágil y sensible de sus hijos acceder al legado de decenas de millares de libros que callan en la biblioteca de una cercana universidad. Las reflexiones de Ish y los comentarios en bastardilla nos revelan una perspectiva ingenua y benevolente de la naturaleza básica humana. Un sólo personaje perverso habita brevemente la novela.
Sus personajes bidimensionales, los conflictos y situaciones esquemáticos, no dejan a estas novelas ser trascendentes sin que quiera decir esto que sean triviales ni que carezcan de calidad literaria. A las visiones que busco en la ciencia ficción aportan poco, acaso quizás comprender y sentir en parte una etapa ingenua e inocente del género, propia, supongo, de un mundo de posguerra. Pero si he de elegir entre candores, debo decir que a Stewart lo leí con afecto.
Para dejar una idea del tono de ambas novelas, nada mejor que sus finales:
"Así que debemos pensar que la tarea que nos espera es sólo nuestra. Creemos vislumbrar ya el caminio, pero hay todavía mucho que trabajar e investigar antes que nuestros hijos, o los hijos de nuestros hijos puedan cruzar el estrecho e iniciar la gran cruzada que hará retroceder más y más a los trífidos, más y más, destruyéndolos incesantemente hasta borrarlos de la faz de la tierra que han osado usurpar."
"Nada quedaba de todos sus esfuerzos. Se dormiría, descansaría en las faldas de aquellas montañas que se parecían a los pechos de una mujer y eran a la vez un símbolo y un consuelo.
En seguida, aunque apenas veía ahora, se volvió hacia los jóvenes. Me entregarán a la tierra, pensó. Y yo también los entrego a la tierra, madre de los hombres. Los hombres van y vienen, pero la Tierra permanece."

miércoles, 9 de junio de 2004

Von Trier: tres películas sobre la inocencia

Lars Von Trier: Dogville (2003), Dancer in the Dark (2000), Breaking the Waves (1996)

El ser humano tiene vocación de aberrante perverso. En medio de nuestra aberraciones cotidianas, la inocencia es una aberración equívoca. Lars Von Trier parece deleitarse con sus narraciones a lo Justine de Sade: el bien será castigado en la Tierra. Las tres historias hacen uso del mismo recurso de permitirnos cierta felicidad en la contemplación de la inocencia para luego brutalizarla. En el recorrido que va de Breaking a Dogville hay una progresión: en Breaking el cielo es posible y, quizás, la redención; en Dancer el sacrificio del cordero no es en vano; pero en Dogville el inocente se convierte a la fe sangrienta del padre. Y si en Dancer y en Breaking hacen presencia personajes secundarios que son cómplices de la pureza, Dogville es implacable en su ausencia de otro justo aparte de la protagonista y en mostrar que a la menor oportunidad aflora en nosotros el caníbal voraz que los buenos tiempos ocultan. Mientras Von Trier avanza en su abandono de toda posibilidad de redención, explora las posibilidades del recurso narrativo, permitiéndonos, aún en un musical o en un set teatral, aproximarnos sin inconvenientes, como en una caída libre, a la despiadada verdad que fluye en la narración, que va construyendo el olor, el perfil, la historia de los personajes y sus interacciones y que nos deja desnudos con nuestro estupor, dolor o lucidez. Pero no debemos detenernos en la empatía que nos deja sentir la historia y permanecer afuera: no somos los buenos, somos los demás... sólo dadnos una oportunidad...

domingo, 6 de junio de 2004

M. Winterbottom: 24 hr Party People (2002)

Un viaje a través de un hombre y una época: Tony Wilson congrega a algunas de las mejores bandas del rock, les permite hacer historia y, en la cúspide de su feliz travesía, se compra una mesa de 30.000 libras esterlinas. Lo niega en algún momento de esta cinta extravagantemente sencilla: la película no es sobre él… pero lo es. Firma con sangre un acuerdo escandaloso para nuestros cánones capitalistas: él sólo le facilita a las bandas la libertad creativa y la posibilidad de comunicar su furia y su poesía al mundo… los beneficios económicos están de más. Obviamente, Tony quiebra, pero esto, afortunadamente, es irrelevante: habló con Dios, se casó con una ex–Miss UK e hizo feliz a un montón de gente en el camino. Tony vió, sintió, estuvo... asumíó sus convicciones con su natural inocencia y rechazó 5 millones de frívolas libras esterlinas que pretendían comprar sus sueños... En ese sentido, esta es una película sobre alguien que mantuvo su fe y su idiosincrática dignidad.
El ritmo narrativo hace naturales los movimientos, las expresiones y las circunstancias de los personajes, la música explota y nos lleva al lugar y la época y nos hace sentir lo poco de innovador que ha ocurrido en los últimos 20 años. Dios, gracias y felizmente, no es como debería ser (o quizás lo es), y se complace en bendecir a su criatura con su don para las buenas bandas. Y Tony, para devolver el favor, transformó la música del final del siglo 20 manteniéndose fiel a un credo a contracorriente de la codicia.

lunes, 31 de mayo de 2004

De la necesidad de convertir o exorcisar a las estrellas

James Blish (1921-1975): Un Caso de Conciencia (A Case of Conscience, 1958, Premio Hugo 1959)
Esta novela es tierra fértil para la misantropía, muy a tono con la mayor parte de la ciencia ficción que he leído y con el estado de ánimo que me domina. Litina es un planeta a 50 millones de años luz de la Tierra de 2050, Año Santo. Cuatro científicos han sido enviados en 2049 para estimar la conveniencia del planeta al trato con los humanos y, aunque todo esto se nos revela en términos técnicos, Blish hace claro que la avidez y la codicia están detrás de la misión. El biólogo, un jesuita, termina por atribuir a los litinos (una especie de reptiles de tres metros de alto), debido a la vida equitativa, racional, justa, serena y atea que llevan, una naturaleza demoniaca. No se apresuren: el padre Ramón es un hombre mesurado, culto y brillante, pero allí le conducen los laberintos de los dogmas de la religión bárbara que profesa. El a veces indescifrable e impredecible padre Ramón, oriundo de Perú, acepta sin embargo regresar a la Tierra con un regalo insólito, y más tarde veremos, inocentemente cruel: encerrado en el agua marítima de una ánfora de cerámica el primer hijo, el huevo fecundado, de un nativo. La candidez de los litinos no les permite sospechar lo bestia absurda y perversa que es el humano, pues ni la mentira (como para los yahoos de Swift) no hace parte de su naturaleza.
La abyección humana, que en principio sólo se nos manifiesta en el físico de la misión, Cleaver, quien se obsesiona con convertir a Litina en una base de ensamblaje de armas termonucleares, luego se hace omnipresente. Pero medio de las bajezas humanas, la desgracia del litano obligado a crecer entre humanos, Egtverchi, nos conmueve: su sensibilidad y su racionalidad no se desarrollan adecuadamente al carecer de contexto social adecuado, y termina por convertirse en un problema para el orden existente, el cual compele a la mayoría de humanos a vivir bajo la superficie por no desperdiciar las enormes urbes suberráneas construídas en la época de la paranoia nuclear. El pecado original, la desesperación de la conciencia, termina por desolar a esta criatura concebida a 50 millones de años luz de la Tierra.
Sin melodramas, con personajes bien estructurados y a veces intempestivos, con una casi fría precisión, se nos construye una tragedia. Y se nos recrea nuestra tragedia. Es una novela sin concesiones: no hay historias de amor, no hay causas nobles, no hay héroes y la única inocencia, como debe ser, no es humana. Y cómo lo demuestran los niños, postrados ante los televisores, como lo saben los justos, como lo manifiesta la exterminación de las demás especies de este planeta, la ausencia de teleologías, la inocencia, es una marca que identifica a las víctimas. El demonio, padre, somos nosotros. Somos el pecado imprevisto de la evolución ciega.

domingo, 30 de mayo de 2004

no se ve la cordillera.
cuántas cosas espantosas y bellas
nos acechan más allá de las montañas...
acaso la muerte,
acaso la mirada ciega
sobre el agua interminable.

ya sólo me queda

ya sólo me queda la vergüenza
de haber sido y de ser nada,
de mis manos sin callos ni heridas,
de mi ojos sin luciérnagas ni sangre.
me desprecio en un atardecer de acantilados
a los que no les importa el mar
que los levanta
y los asesina

los milagros:

tener un nombre,
estar a tu lado,
no morir de tristeza
y encontrarnos
las palabras
y mi cansancio

alucino dormido

alucino dormido
el triste rigor de tus parábolas:
soy el jaguar
y la tierra que no esconde el cadáver,
soy el árbol que arde de pájaros,
soy el rastro de sal de un mar antiguo...

con el corazón disperso en la noche
despierto a la pútrida oscuridad...

has huído

somos, estamos

estamos lejos y nos tocamos
estamos cerca y a veces
no nos encontramos
compartimos las mismas heridas del cielo
somos el mismo rastro de cenizas
que sobre nuestros cuerpos
dibujamos

bajo Anchicayá: Mc Cullers, Salinger, García Lorca...

[de la misma carta:]
ando con mc cullers, `nine stories`, y `poeta en nueva york`, claro, destrozándome. destrozándome. con mis huesos haré un budista respetable.

quiero

quiero la sal de tus ojos
quiero respirarte
envenenarme
quiero acariciarte por
debajo de la piel
quiero el olor de tus huesos
quiero el pus de tus recuerdos

te quiero

quiero arrancarte los ojos
y llenarte de piedras por dentro

quiero tus infamias
quiero tus mazmorras
quiero tu silencio

Sobre Böll, hace años, en el monte

[de una carta escrita en el bajo Anchicayá:]
he terminado de leer billar a las nueve y media de böll y he sentido, de nuevo (desde hace cuánto las punzadas? desde hace cuánto imagino que te hablo?) el impulso de escribirte... böll me inunda. apenas puedo soportar sin dolor sus personajes puros... me siento cansado. he sentido fiebre y me he sentido feliz sintiéndome enfermo y con fiebre. agradecí el alivio de una hora nocturna en que me desperté sintiendo un tenue sudor en mi cuerpo y cómo se evaporaba y fuí feliz diciéndome 'ya pasó la fiebre', porque de estar enfermo me asustan todavía las pesadillas de sensaciones... ya ves cómo escribo torpemente, me siento cansado y aún estoy como en trance después de haber abrazado a böll durante horas, olvidando el dolor y la fiebre. [...]
böll durante varios días. qué cansancio! qué dolorosa es la realidad que acarician las palabras. quiero morir y reencarnar en un personaje de böll. [...]
qué asco tan visceral y luego tan tranquilo, luego de leer a böll, hacia la gente, mis congéneres, mis compatriotas de mierda asesinos de niños. antes de leer, durante, siempre. mi misantropía de aficionado, mi budismo de cartilla... mi tedio insoluble porque se requiere coraje para asesinar al tiempo y yo no soy hombre.
qué alivio estar en el monte.

sábado, 29 de mayo de 2004

Hugo Simberg


El ángel herido


El jardín de la muerte

Creo que el verdadero arte es un perseguidor insaciable. Te sentás frente a Tarkovsky, a Bach, a Simberg y caés en todas las direcciones que tus leyes de gravedad permiten. La mente se vuelve fuegos artificiales, así a veces sean oscuros (brilla y estalla la oscuridad en la oscuridad), dolorosos o felices o ambos (pues hay dolores eufóricos). El arte te hace ocurrir. Como quien acecha a través de sus crímenes a un asesino, reunís las evidencias y perseguís y te dejás perseguir por la lógica incorruptible de tu piel y las historias que te habitan.

viernes, 28 de mayo de 2004

Tim Burton: Big Fish (2003)

Bienvenido a casa, Tim. Desde Ed Wood, que ví también en la cinemateca del Mambo, hace unos 9 años, no había hechizo. Con sólo Ed Wood, Burton es de los grandes. Big Fish, un nuevo homenaje a la visión alucinada que es necesaria para la felicidad, no tendrá la estatura cinematográfica de EW, pero tiene suficiente magia para hacer de una película lo que debe ser: un viaje donde no te viajan sino te viajás. Burton jamás había sido tan evidente con el rostro cotidiano que tiene la fantasía, y creo que lo más hermoso de la cinta es precisamente eso: el gigante, las gemelas, el poeta asaltabancos, el dueño del circo, la niña quita zapatos, todos son reales, todos. Eso es el amor, precisamente. Alucinarte de un objeto, de un alguien, y si andás de buenas, ese alguien será lo suficientemente bueno para sostener el sueño. O si no andás de buenas, la pesadilla. Alrededor de los buenos se crea una fisura espacio-temporal donde ocurre la magia. Y los héroes. Y la dignidad. Y algunas buenas películas. Gracias, viejo.

jueves, 27 de mayo de 2004

Dos novelas apocalípticas

J.G. Ballard (1930-): Rascacielos (High-Rise, 1975)
T.M. Disch (1939-?): Los Genocidas (The Genocides, 1965)
En Los Genocidas llegan primero a la Tierra, esta vieja terca, unas plantas del cielo que arrasan con la Anciana y sus criaturas. Con casi todas. Permanecen una indómitas ratas, humanos y algunas vacas. Poco después, cuando los pocos humanos que quedan tienen por mayor desastre a los demás sobrevivientes, llegan unas simpáticas esferas incendiarias que arrasan con lo poco que queda. Con casi todo lo poco. Huyendo del fuego redentor una manada de humanos termina deambulando en los laberintos de las raíces de las plantas, retrocediendo en su monstruosa humanidad mientras se alimentan de la secreción dulzona de las raíces huecas...
En Rascacielos una piscina, una escuela y un supermercado, amén de ascensores, pasillos y parqueaderos, se vuelven escenario de una gradualmente degenerada lucha en las entrañas de un sofisticado y enorme rascacielos. Basta una serie de absurdos y tan humanos acontecimientos de envidia para que los habitantes del rascacielos terminen encerrándose en la mole, reduciéndose al abandono de sus pulcros hábitos burgueses... El hedor de sí mismos y de sus excrementos y desechos, sus impulsos tribales que terminan en el predecible egoísmo de sus pulsiones básicas, terminan siendo el hogar acogedor dentro de su elegido encierro.
Qué nos hace civilizados? El miedo. Algunas buenas almas quizás sean incapaces de lo oscuro, otros sólo necesitaremos el contexto, las circunstancias adecuadas. Ballard y Disch coinciden en hacer felices a sus protagonistas en medio del aparente hediondez y horror de la pérdida de sus naturalezas civilizadas. Ballard, quien vivió de cerca el horror (haré más adelante la reseña de El Imperio del Sol) en un campo de concentración japonés, entre los 11 y los 14, construye personajes más complejos. Con menor talento narrativo y de artista, los de Disch parecen una simple provocación. Ambos libros abandonan cualquier conjugación de la esperanza. El humano es un animal condenado a sí mismo. Mataperros, abyecto, fornicador, deplorable, insaciable.
Ninguna de las dos novelas satisface la premisa básica que me justifica la ciencia ficción. Aquí lo único de común con la ciencia ficción es el mundo posible en el futuro del escritor, pero no hay elementos que desentrañen con ayuda de lo posible no real, aspectos no convencionales de la cosa humana. En ese sentido, lo que exploran Ballard y Disch ya lo ejercen los soldados gringos en Irak, cualquier soldado en cualquier guerra, tantos padres, tantas madres, tanto niño con su vocación insondable de caníbal, tantos congéneres despiadados en escenarios tan cercanos. Lo que sucede en el rascacielos y en ese mundo devastado por las monstruosas plantas está sucediendo en el vecindario.

martes, 25 de mayo de 2004

poemas infantiles (2)

esta noche lloverán estrellas
tú no verás esta noche
llover
las estrellas.

esta noche, mientras duermes,
recogeré en una cubeta
las estrellas más bellas,
les ataré un moño torpe
y te las dejaré
anónimo
en la puerta.

pero de día se derriten las estrellas...

y tú encontrarás por la mañana
una incomprensible cubeta
llena de agua
con un moño triste flotando
y un papelito que dirá:
para ti, las estrellas.

poemas infantiles (1)

he sacado mis alas para que la lu luna las vea.
tienen polvo y bajo ellas duerme una tormenta.
vienen tres búhos y comentan
lo inadecuadas que son mis alas
para acometer contra nubes y fronteras.
ay, qué ridículas!
qué vanas!
y me acarician, condescendientes, la cabeza.
y yo les digo
acomodándome la cabeza
no importa
no hay problema
peso mucho para el cielo
y mis alas son de piedra.
yo sólo las quiero
para que la lu luna las vea
para sacudirles el polvo
y para que bajo ellas duerma esa mujer

mi tormenta.

lunes, 24 de mayo de 2004

cinco

era bello. no es que fuera caribonito, sino que cuando miraba miraba desde adentro, como miran los niños, cuando movía las manos, parecía que las moviera el viento, cuando caminaba caminaba despacito como si se fuera a desprender del suelo. era bello. parpadeaba tan despacio que yo a veces pensaba que se había quedado dormido. y se veía tan triste. sólo sonreía a veces, cuando caminaba, o entre parpadeo y parpadeo, le sonreía al aire vacío y su sonrisa era tan triste que a vos el corazón te dolía poquito pero duro, como cuando le mirabas los ojos y parecía que fuera a llorar pero no lloraba, parpadeaba despacito y los ojos seguían húmedos mirando a la nada.
un día le dije a carolina que viera cómo era de hermoso, pero carolina solo tiene ojos para tipos buenos, y me dijo
- quién, ese pendejo?
- sí, le dije, ese pendejo.
- andás con el gusto cagado.
- vos que tenés mierda en los ojos, le dije.
cuál le dije. soy una lenta. sólo lo pensé. no le dije nada.
en clase se sentaba atrás, donde yo no podía verlo sino hasta cuando se acababa la clase y él se paraba y salía sin hablar con nadie. lo seguí muchas veces, hasta por fuera de la u, pero nunca iba a la misma parte, siempre esperaba la buseta en una parte distinta, siempre cogía una buseta diferente.
un día, en un bodrio de clase, con el profe hijueputa ese que si llegabas tres segundos tarde a parcial te cerraba la puerta en la cara, ese que se creía el duro porque te humillaba, un día en esa clase yo siento que mi hombre triste se para, me pasa al lado y se para frente al tablero y el profe se le queda mirando y le dice que qué le pasa, que a él se le respeta su clase, pero mi hombre triste le quita el marcador negro y empieza a escribir en el tablero, y el profe a cogerle el brazo, pero él lo empuja suavecito pero duro y sigue escribiendo, escribe rápido, empieza a llenar el tablero mientras el profe grita, lo insulta, pero ni puede acercarse porque él lo empuja siempre, suave pero duro con el otro brazo, y sigue escribiendo hasta que llena el tablero y no para, sigue escribiendo...
y les juro que mientras escribía con el marcador negro el tablero se iba llenando de colores, escribió todas las palabras hermosas que existen, que son tantas que no le alcanzó el tablero y siguió con una pared y con la puerta y con la otra pared, llenando todo de palabras hermosas y de colores... pero llegó el profesor con tres vigilantes y casi no pueden con él, él no se defendió, pero casi no pueden llevárselo.
no volvió. no volví a verlo.
a veces vuelvo al salón. el tablero lo borraron el mismo día para seguirlo llenando de ecuaciones. las paredes las pintaron de blanco. pero yo no veo ni paredes blancas ni ecuaciones. todavía todo lo veo rayado de palabras tristes y hermosas. yo todavía veo todo el salón pintado de colores.
(basado en un poema de jacques prévert)

de la primera vez recuerdas

de la primera vez recuerdas
el olor de la sangre
tan antiguo y tan extraño
los gritos
y esos sonidos
que salen de una garganta
cuando respirar se va volviendo inconcebible y lejano

te vas dando cuenta
de que eres igual
a tu enemigo

estoy hecho

estoy hecho de excrementos
una mierda dulce y nauseabunda
que navega las venas
de mi tedio

estoy hecho de recuerdos
que entran como gusanos hambrientos
por mi sexo

soy un niño que arranca
pieles de cadáveres
y se pudre y se esconde
y se duerme entre ellos

soy el pus de mi aliento
el dolor atónito de mi silencio
la paz absoluta
de mi desprecio

...

esta noche
que me calle
mi silencio

nada

nada
y a veces
silencio

nada
sólo vos ojos verdes
y el espacio entre mis dientes
y tu aliento

nada
la marea del pacífico
que nos encierra en el olor triste y niño
de nuestros sexos

nada
un libro
de tus manos
un abrazo de tu cuerpo
una rabia que me asesina
y te pierdo

nada
el abismo
tengo miedo

in the rye

he llegado al acantilado
y los niños
ya están muertos

Sturgeon: Mamparo

Theodore Strugeon (1918-1985). Cuento, en Regreso (A Way Home, 1955).
Esta vez el resultado fue eufórico... Un estallido al terminar de leer el cuento, sentado un miércoles, creo, por la tarde, al lado de la estación de transmilenio de las aguas. Caminé ferozmente feliz de regreso a casa. Leí a Sturgeon por primera vez en Visiones Peligrosas III, pero no dejó cicatriz. Ahora, después de Más que humano (luego escribiré sobre este libro) y de este cuento, la cicatriz queda. Sturgeon logra lo, para mí, indispensable de la buena ciencia ficción: explorar los laberintos de lo humano en mundos no reales, pero posibles... En esto la ciencia ficción se separa de la literatura fantástica, en lo posible. De imaginarse viajando en un rayo de luz, dice la leyende, Einstein derivó en las teorías de las relatividades... La buena sci-fi nos recorre imaginando la carne, las visceras (ah, el cerebro, el corazón) deambulando circunstancias imposibles actualmente pero factibles por nuestra exploración insaciable, perversa y pueril del tiempo y la materia y el orden social. En Mamparo un hombre es lanzado a la soledad implacable del espacio, en un viaje de entrenamiento, con única compañía a alguien que no conoce y que no puede ver, al otro lado de un mamparo que los separa... pero puede hablarle, y escucharlo, si quiere... un día quiere y escucha...
No debo contarles más, pero Sturgeon hace acto de fe en lo humano, de nuevo. Su literatura (quizás no tanto en este cuento, pero como conjunto) retrata sin compasión lo más oscuro de esta especie bípeda y cretina, pero luego o entretanto, como si escucháramos a un grupo de antropoides tocar a Bach, nos recuerda, con compasión delicada, que también somos más que la carne destinada a pudrirse de la que estamos hechos. Y acaso, no más que esa carne... un milagro de esa carne. Sturgeon explora las posibilidades de lo humano en universos en algún lugar de los futuros tecnológicos imaginarios, y nos permite encontrarnos, en medio del horror de nuestra banalidad egoísta y cruel, aún redimibles.