sábado, 21 de agosto de 2004

De no tocarte, de no mirarte

Kitano Takeshi: Dolls (2002)
Me sobrecogí cuando ella lleva su mano a la cabeza de él, que sentado duerme a su lado. Esperaba con un estremecimiento la caricia, pero ella solo tomó de entre el cabello de él una hoja de arce. Cuando yo tenía quince o catorce, quería que el amor fuera ese: la contemplación, la presencia absoluta sin que la piel se tocara. Acá sólo la desesperación lleva al abrazo, sólo al correr hacia la muerte se toman las manos.
No es deseo el amor. Es veneración, compasión, devoción. (Como dice Takeshi, algo demasiado puro para lo que casi todos somos). Apenas ha empezado la película, ésta se aleja casi con desprecio de la peor forma, y la más cotidiana, de simulacro de vínculo: el capricho, la imposición, la ambición, la conveniencia. Perdido el amor se pierde la razón (el por qué, el sentido), y Sawako abre la puerta de la muerte y sale de ese que ya no es el mundo. Tarde, Matsumoto vuelve con ella, y con lo que de ella queda abandona ese vestigio que son los otros, se ata a ella y atados ya no son sino que andan, recorren mudos y deslumbrantes de belleza trágica la primavera, el otoño, el invierno, las montañas, la orilla del mar y los ríos, que acaso para ellos no sean sino un rumor gris de lo que fue estar, juntos, vivos.
Amar es un campo de flores ciego junto a vos, amor es que me llevés ciego de tu mano. Nukui se enamora, como tantos, de esa Haruna que a pesar de ser ícono no llega ser vana. Luego de que la desgracia separa a Haruna de su condición de imagen pública, Nukui después de fijar la imagen de Haruna para siempre en su memoria, arranca sus ojos para poder acudir a ella sin herirla con la mirada. Nukui se va y muere. A Haruna le queda la bendición de esa ceguera que la amaba.
Amar es cocinar para vos, amar es comer juntos. Un día te vas. Qué me dejás: la espera que el tiempo desprecia. Hiro, donde sólo va a constatar el espacio del recuerdo, la encuentra, repitiendo en el mismo parque el ritual de la espera. Llega como otro, cansado de vida el cuerpo y estancada la sangre, y ella lo acoge como otro, en lugar de ese que nunca vino. Y como aquél lo hacía, almuerza con ella la comida de sus manos. Y, otra vez, llega la muerte y dice basta.
Y nosotros? Allí estábamos, sentados, en el fondo, la utilería, el escenario, esas cosas vacías que somos la parte trivial del mundo, mientras ellos, desprovistos de racionalidad y de lógica, sólo aman, vivos como el cielo, vivos como el agua.

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