lunes, 31 de diciembre de 2007

La noche y la inocencia

Tonino Benacquista (1961- ): Los mordiscos del alba (Les morsures de l'aube, 1992)

Desde que tengo gatos, ya lo he dicho, encarnan para mí la inocencia. Y tengo un amigo, si cabe el término para alguien que conozco y quiero pero que es aún distante, que con alguna frecuencia despilfarra sus noches entre putas. Tengo otro amigo que hacía lo mismo entre calles sucias, suficiente alcohol para olvidar todo y despertar en potreros. Evocaciones.

María Teresa Gallego Urrutia hace una traducción que debe ser impecable, en españolete que a veces me perdía, pero con el tono vociferante y lánguido de la noche, de esa noche inmensa interrumpida por los días en que marcha alucinado e intenso el relato de un tipo inocente que tiene un amigo y que viven juntos de parasitar trago y comida colándose en fiestas y eventos parisinos, un tipo al que por una lealtad que no bien entiende le tocará hundirse más en la noche, en su rostro sórdido y violento, para seguir un rastro y recuperar a su amigo. Un ritmo desenfrenado, unos personajes precisos a pinceladas feroces, salpicadas de peroratas justas sobre como la vida de día se desperdicia y de noche, aturdidamente, se vive, sobre cómo en últimas, siempre, cualquier vida, intensa, inocente, feliz, cínica o santa es un desperdicio, pero hay vidas que son bengalas y uno de leerlas sonríe, estallan, brillan un instante sin iluminar y con eso basta.

miércoles, 19 de septiembre de 2007

Bajo la lluvia, el amor

Naguib Mahfuz (1911-2006): Amor bajo la lluvia (al-Hubb tahl al-matar, 1973)

Una guerra tiene muchos frentes. De esta guerra que relata Mahfuz, todos resultan heridos, culpables e inocentes, porque el sólo hecho de existir condena. La guerra de los soldados en el frente no hace sino matizar la guerra de todos los días, la guerra del dolor, de esa trémula insidia que es el honor, de la mutilación física y moral, de esa condensación absoluta de todo lo anterior que es el amor. A ese amor en la ciudad llega del frente la lluvia, una lluvia que ha recogido la sangre y el sudor y el miedo de los soldados, una lluvia que no basta para lavar las inmundicias inocentes y que con las aguas podridas va a dar a las alcantarillas.
Las historias del libro repiten el tema eterno de la búsqueda angustiosa del amor como redención y dejan el sabor angustioso y triste de su inutilidad. La vida ocurre y ese frágil desorden hormonal cae bajo el peso de nuestra bajeza irredimible. Uno de los personajes se mueve cínico entre tantos horrores: sabe que el amor no es sino una fachada, una sublimación de la condena reproductiva de nuestra especie, y como tal lo acata y a él se entrega con despreocupada lujuria. El amor es otro bien por el que se paga, un objeto de transacciones que este personaje prefiere directas y no exentas de ternura. Pero el cinismo, y menos aún la ternura, tampoco salvan.
Termina el libro y la lluvia no para. Ni el amor. Vivo, apestando a muerte, a locura, a puta y a santa.

domingo, 3 de junio de 2007

Caída

Acaso este vacío que se cae en mis pulmones.
La sangre que acaricia mi pene.
La mano que busca mi ojo.
Llevo cayendo desde antes del tiempo.
Y el dolor y el tedio y hasta la alegría.
La ternura incluso.
Me hacen olvidar.
Que caigo.
Y quiero reventarme contra un fondo
que quizás no exista.
Y grito.

domingo, 29 de abril de 2007

Y llorar mientras lo beso

Hace frío. No tengo más rabia que la tristeza. Que descender y hundirme en el gris sucio de esta ciudad que me asesina y me abandona. Qué me da la vida empantanada y me la quita. Toso. Suenan las campanas de una iglesia. Algo duele, algo se tuerce, algo muere, algo se enfurece. Basta. Calla, no insistas. La fe no necesita repeticiones. Sólo necesita los pájaros, el miedo, el recuerdo, la culpa. No nos necesita. Un dios cansado nos imagina. Sólo podría creer en un dios al que pudiera besar en la boca. Y llorar mientras lo beso.
ese fue mi último cansancio.

mi última derrota.

mi última sed, mi penúltima felicidad.

ahora sólo queda abrazarte.

y morir de silencio.

viernes, 23 de marzo de 2007

si

si te devorara los ojos

llorarías mi oscuridad

martes, 16 de enero de 2007

Un jardín que no arde en llamas

Andrea Ashworth (1969- ): Once in a house on fire

Es tan unánime el elogio a esta novela autobiográfica que tengo esa incómoda sensación, y presión, de no estar viendo algo evidente, de carecer de la sensibilidad, la cultura o la inteligencia para sentirlo y entenderlo. Y sí, es un relato muy bien construído, impecable, intenso. Ashworth es una cuidadosa artesana de la palabra. De esa misma palabra escrita que le ayudó a sobrevivir, hermosa, su oscura infancia que relata.
¿Y? ¿Entonces? Bueno, el problema está en que a lo largo de ese recorrido el fondo es el mismo: el padrasto abusivo y la madre imbécil que soporta. El ciclo insistente de la ruptura y la reconciliación. Y no pasa nada nuevo, todo se hace predecible aunque algo en uno espere que algo suceda. No tendría que suceder nada en ese orden inalterable de la estupidez humana, de esa aberración hormonal que nos empuja al ese otro que nos pisotea. Pero debería suceder algo en medio de tanta pincelada impecable. Algo no debería salir indemne. Pero sale.
Yo todavía me estremezco cuando recuerdo la experiencia de leer a Faulkner. A Conrad. A Yoshimoto. La experiencia estética de la revelación. Por eso mismo me hastiaba García, el Márquez, por tanta palabra tan bien puesta sin acontecimiento. Sin dolor hermoso, sin lágrimas de felicidad o puteada de dicha. Y, bueno, quizás haya algo analfabeto o insensible que no me dejó leer eso en esa casa en llamas. O quién sabe, va, y sencillamente se trata de algo intermedio entre poder percibir y las predilecciones que nos definen: yo veo un jardín (donde sí, hay pareja repulsiva que se golpea) donde otros ven... ¿qué ven? Y a mí, a mí me gustan los páramos y las selvas... una playa de piedras y cuando baja la marea.