viernes, 29 de octubre de 2004

Como beber agua tibia

Como beber agua tibia
Metálica
Triste
Como deshuesarse entre las horas que espero
Pálido
Sonriente
Tragándome los dientes
Como desangrarse
Cagar
Vomitar
Sangre
Y seguir sonriente
Beber más agua
Y preguntar por la gente

lunes, 11 de octubre de 2004

"Each wish resign'd"

M. Gondry: Eternal Sunshine of the Spotless Mind (2004)

La mezcla de ciencia ficción y comedia romántica vale bien para tarde de domingo. La trama nos revela incansable esos personajes triviales que todos somos por ratos y construye un romance tonto con un guión inevitable (el deslumbramiento, la ternura, el tedio, la ira) pero con un recurso inédito: la posibilidad de borrar todo recuerdo del otro. No hay mucho que decir de esta película agradablemente manipuladora (aquí suspirás, acá lagrimeás, allí te reís) y de buena pero simplona factura narrativa (a pesar de las bonitas escenas surrealistas de Clem y Joel que entre otras memorias huyen de la ablación de su amor), excepto por el final: cuando Clem y Joel afrontan la posibilidad de continuar ese romance, el cual acaban de descubrir es reensamblado, cuando saben que se hastiarán y se dolerán, Joel se encoge de hombros y decide que así sea, amén. No podemos evitarlo, el amor es un complot fisiológico, evolutivo, al que queremos achacarle cosas que no le corresponden: la comprensión, la tolerancia, la felicidad. Se engulle, bajo un hechizo que luego se revelará mordaz, así como se bebe a pesar de las resacas. Somos mamíferos que, como todos los demás de pelos y leches maternas, nacemos para la dependencia afectiva. Amén, Kauffman, amén.

martes, 5 de octubre de 2004

para que le guste tanto la sangre

José Saramago (1922- ): El Evangelio según Jesucristo (O Evangelho segundo Jesus Cristo, 1991)
La fe, como las mismas convicciones diarias, es necesariamente irracional. Sostenerle un sentido habitual a la mamífera demostración de nuestra existencia requiere menos de la racionalidad que de una consistencia visceral, de una convicción absurda de que es trascendente aquello que da consistencia biográfica, lúbrica, pasional, afectiva al hecho de ser carne y piel sostenidas por un esqueleto. La fe católica, cristiana, o monoteísta, como virtualmente cualquier fe surgida de la imaginación cobarde de esta especie febril, egoísta y vana, no soporta un análisis cuidadoso de sus motivaciones y raíces, menos de su lógica. La subordinación humillante a dioses ávidos de sangre y dolor, la fácil intolerancia, las Iglesias brutales llevan a la necesaria conclusión de que ese demiurgo baboso e indiferente inventado por los hebreos, los cristianos y los musulmanes es una imagen magnificada y arrogante de nuestras fétidas entrañas.
En la escena central del relato de Saramago sobre Jesús, cordero de un dios hebreo ávido de un público más amplio, ese dios se manifiesta como inevitablemente debió haber sido, como debe ser: un ególatra que necesita del padecimiento, del horror, para ser venerado. El diablo tienta a ese judío codicioso con la compasión y éste la desprecia. El diablo se resigna: "Es necesario ser Dios para que le guste tanto la sangre".
Con un dios que se proclama todopoderoso no son posibles los malentendidos: por sus frutos es conocido. La bondad y el misticismo, el arte, sólo prueban que el humano es suficiente criatura para inventarse un dios sangriento y pedante y a pesar de todo ser Francisco de Asís, el Greco, Bach o Pessoa, o alguna de esas dos Marías que se abrazan en la escena más hermosa de este libro que testimonia el sacrificio de un inocente para que durante centurias siguiéramos satisfaciendo nuestra lujuria de sangre. La bondad, la inocencia, sólo sirven para que los herederos de dios en la tierra tengan qué llevar al matadero. Y la dignidad frente a esos ángeles del señor que reclaman para sí la parte terrena de su reino es no ser, no querer ser como ellos, traficantes y asesinos de almas y de carnes. Y como el Jesús de Saramago, la dignidad será señal de la derrota. Benditas sean. Maldito sea ese dios que desconoce dignidades y derrotas.

sábado, 2 de octubre de 2004

With Nails in His Eyes

Tim Burton (1958- ): The Melancholy Death of Oyster Boy & Other Stories (1997)
Pareciera como si con ferocidad Burton ironizara sobre el insulto que supone cada humano en el mundo, la tragedia, lo patético. Brutales, absurdos, ridículos son los sentimientos con los que nos aferramos a este escenario, a nos y la desidia, a la indiferencia o a los varios sentimientos recíprocos o no con los que los demás reconocen nuestro exabrupto de existir. Burton aborda con más talento imaginativo (imaginación, imagen) que poético o narrativo esta oscura dimensión, la única que importa, de nuestra condición homínida. Son las más de sus tristes criaturas niños, pues aún en la crueldad, la inocencia de la infancia prefigura todas nuestras culpas, nuestras devastadoras soledades de las cuales con humillaciones vamos a querer huir. No deja una cicatriz, pero bastan unas pocas imágenes impecablemente logradas para que este libro sea buscado otra vez por ávidas manos. (Vale: primero le agradecés una película afectada sobre lo hermoso de nosotros y luego lo fustigás por no ser lo suficientemente talentoso para ilustrar nuestro hedor… entonces? Ah, es que depende… Como él, como muchos, uno tiene que apreciar adecuadamente la pestilencia, el horror de lo humano para amar esa especie que jamás debió existir…)


The Boy with Nails in His Eyes