domingo, 13 de noviembre de 2005

de los dolores en las entrañas

parir
una palabra
un gesto
que aullando
diga nada
y ver como el mundo
se derriba
cuando callas

lunes, 7 de noviembre de 2005

otra película budista

quizás esté mal llamarla así, pero así la recibí y quizás, en esa falta de inocencia que ella sí supo tener a mi lado, perdí mucho del relato...
mi forma ortodoxa de entender el budismo quizás no me deja comprender a veces su multiplicidad. ese mismo carácter que le ha permitido abrazarse con las supersticiones y la magia, con tantas otras formas de mirar el mundo. esta película es quizás sobre uno de esos abrazos.
esta película sobre la crueldad y la culpa, y eso que a veces llamamos amor sin serlo, y la lujuria y la ira y el perdón, el más difícil perdón: el perdonarse.
es una película, quizás, sobre la sabiduría.
un relato para recorrerse y recorrer otros mundos que por ser humanos se nos parecen y nos son tanto.
y es, también, para mí, una película sobre la bendición de estar a tu lado.

sábado, 22 de octubre de 2005

para huir

a esta ciudad

a este tedio óxido y frío

a este hedor sonámbulo y bípedo

volviste

para huir

como si hubiera un sólo sitio de este barco que navega sobre muertos

donde no hubiéramos estado y sido

donde junto con nuestros excrementos

y palabras

no nos hubiéramos nacido

como si tú no fueras

y yo no fuera

ya esto: el concreto, el aire sucio y lo que gritan los mendigos.

miércoles, 5 de octubre de 2005

He ni zai yi qi

Quiero tocar el violín para acompañar la llegada de niños al mundo.

martes, 20 de septiembre de 2005

Identidad, Biología y lo Sagrado (1)

Primero, les voy a contar una historia:

El Padre Primero de los guaraníes se irguió en la oscuridad, iluminado por los reflejos de su propio corazón, y creó las llamas y la tenue neblina. Creó el amor y no había a quién dárselo. Creó el lenguaje y no había quién lo escuchara. Entonces, encomendó a las divinidades que construyeran el mundo y se hicieran cargo del fuego, la niebla, la lluvia y el viento. Y les entregó la música y las palabras del himno sagrado, para que dieran vida a las mujeres y a los hombres. Así, el amor se hizo comunión, el lenguaje cobró vida y el Padre Primero redimió su soledad. Él acompaña a las mujeres y a los hombres que caminan y cantan... (2)

Nuestras palabras nombran el mundo, un mapa de sonidos y símbolos que cifran las tempestades, las montañas, la ternura y la piedad, el horror y la infamia. Con las palabras los humanos cantamos los seres y las cosas y cómo estos entre sí se enredan, se matan, se aman.
Y es tal la magia de las palabras que más que nombrar, materializan, propician, invocan, crean. La palabra está viva. Los U'wa desde el principio de los tiempos recibieron de Sira el encargo de cuidar del corazón del mundo. Desde entonces, en esa tierra sagrada los U'wa cantan y su voz sostiene al mundo.
Según algunos científicos, el lenguaje es un instinto humano. La palabra tiene tanto de heredado en nuestros genes como de construido en interacción con nuestros semejantes. Desde hace algunas decenas de miles de años cada humano nace con reglas inconscientes de sintaxis, morfología y fonética que se adecuan al idioma particular de crianza, de forma tal que sus fundamentos gramaticales se dominan ya a los tres años de edad. Y aún en el silencio los sordos pueden elaborar una gramática de gestos tan compleja como cualquiera, independiente de las particularidades de aquella del idioma hablado en que están inmersos (3). La palabra sale porque sale. Pero sólo sale si estamos con otros.
Porque la palabra sólo tiene sentido si están los otros para escucharla, comprenderla, sentirla. Sólo porque somos animales sociales fue evolucionando el lenguaje en nosotros. La preeminencia y complejidad en nuestra especie nos señala un destino común y una responsabilidad profunda. La palabra existe porque necesitamos de nuestros semejantes y del universo.
Pero la voz humana no es la única que se escucha en el mundo. Algo bello de las cosmologías indígenas es que lo que existe ha venido a existir mediante la participación de otros seres, mortales e inmortales, y no sólo como designio exclusivo, absoluto, de un dios. En estas cosmologías los seres y las fuerzas de la naturaleza participan con su acción y su lenguaje de la formación del mundo.
El lenguaje, en esta representación del mundo, es atributo de la vida misma, es manifestación de la vida múltiple y diversa, y está disperso entre los seres y las cosas del mundo, que andan contándose sus historias. Y esas otras voces aún las escuchan los indios.
Los biólogos también saben, cuando saben acomodarse la cabeza, que la vida anda hablando. Cuenta historias de ancestros, cuentas dichas y desdichas cotidianas, busca complicidades, declara desavenencias, engaña, seduce, señala la muerte. Pero no ando hablando de interpretaciones, hablo de lo que los demás seres y sus partes se hablan entre sí, la ballena a la ballena, la bacteria a la bacteria, el árbol al gusano, el antígeno al anticuerpo, la neurona al músculo, la luciérnaga al luciérnago, todos lenguajes alucinantes y complejos. Pero los biólogos sólo buscan información que puedan cuantificar, no suelen escuchar lo que escuchan los indios.
Hablando, la vida va construyendo identidades. Muchos estamos pensando que en los diferentes niveles de organización biológica lo que existen son distintas identidades biológicas que vienen a ser no reales en sí mismas, sino propiedades emergentes que resultan de los procesos entre sus partes (4). Expliquemos estos despacio, con el ejemplo de nuestra identidad autoconsciente, eso que queremos decir cuando decimos YO.
Resulta que un bebé al nacer no tiene yo, es decir que no tiene consciencia de sí mismo. No sabe atribuir a entes distintos la teta y la boca que mama, todo su entorno es un continuo, heterogéneo, pero continuo. Lo hermoso es que el proceso de formación del yo, de la consciencia de sí mismo, depende del amor, del afecto entre la madre y el bebé, de una relación, de una interacción. Los comienzos de nuestro yo y de nuestra capacidad de comunicarnos con los demás, están en el innato arte de mamar.
Los bebés humanos maman en ciclos de cuatro a diez succiones con pausas, a diferencia de los demás mamíferos, que no presentan ciclos de succión. En las pausas las madres reaccionan instintivamente meciéndolos y cuando dejan de hacerlo el bebé vuelve a mamar. Pero los bebés responden mejor a los mecimientos cortos, así que las madres al poco tiempo ya han reducido inconscientemente la mecedera a unos dos segundos. Esa fue la primera conversación de todos nosotros. A partir de ese rasgo característico de nuestra especie se establecen los turnos de interacción entre madre y bebé. Esta interacción va desarrollándose a medida que el bebé va aumentando su repertorio, y siempre que la mamá le habla al bebé lo hace como si éste conceptualizara más de lo que realmente puede. Le atribuye a sus gestos y balbuceos intenciones que realmente el bebé puede no tener. Pero eso está bien, muy bien, es el mecanismo que resultó de cientos de miles de años de evolución para enseñarnos a interactuar como individuos autoconscientes (5). Al actuar la madre como si el bebé dijera más de lo que dice, el bebé aprende a decir, a nombrar, a nombrarse, primero con la sonrisa y la mirada, luego con la mano, después con el balbuceo y finalmente con la palabra. Y nombrar es discriminar. A través de la relación con su madre, quien le va presentando el mundo, el bebé va discriminándolo, conceptualizándolo, nombrándolo. Comienza a hablar de algunas cosas con relación a sí mismo: quiero, dame, MÍO. Luego se contempla, se toca, se siente, y su sistema nervioso central procesa la información y la asimila como proveniente de parte de una unidad funcional hacia la cual convergen las sensaciones. Y ahí es donde uno dice YO.
Y aquí viene lo que a mí me parece más hermoso, y es que esa identidad cognitiva, ese yo, es un fenómeno operativo, es una propiedad que resulta de la interacción de todos los elementos del sistema, es un evento, un proceso, no es algo que exista puntualmente. O sea que uno no puede apuntar a un punto en el cerebro y decir ahí está la esencia que controla todo (6). Cuando decimos yo hablamos de algo que va a dejar de existir cuando el proceso biológico que origina esa identidad termine. Nuestro yo acaba cuando morimos.
Todo esto es psicología cognitiva, que para mí es una rama de la biología, porque tiene por objeto sistemas biológicos. Y, como les decía antes, de hecho algunos creemos que todas las identidades biológicas son como la identidad cognitiva, en el sentido en que se construyen a partir de relaciones. La unidad coherente que es cada sistema biológico resulta de los procesos de interacción y no de la simple acumulación de partes. Ninguna parte es más fundamental que otra. Como nuestro yo, esas identidades son virtuales (6).
A esas propiedades que están distribuidas en todo el sistema y que no se localizan puntualmente en ninguna parte de éste, se les llama emergentes. La molécula, la célula, el sistema, el tejido, las poblaciones, el microorganismo, la especie, el órgano, el ecosistema, son todas identidades distribuidas en la red subyacente de interacciones. Una parte de una identidad puede participar de otra. Y una identidad biológica puede pertenecer a una que abarca otras, creando una identidad más compleja, como cada uno de nosotros, que está hecho de multitudes de células, procesos, sistemas (6). Todo depende de la escala y de la perspectiva.
Y aquí ocurre otra cosa que a mí me parece hermosa, y es que en últimas, todo está conectado con todo, las identidades son evanescentes y fugaces y lo que persiste es el continuo. Toda cosa que vive en este planeta existe en relación a otra y que las discriminemos en función de determinados atributos y operaciones no quiere decir que esa discontinuidad exista. Es una convención. Lo que existe es el continuo, un continuo hecho de una danza de elementos que sólo importan cuando entran en contacto con otros. Un inspirado biólogo gringo dijo que la biología es una danza (7). La evolución es la historia de ese baile.
Creo que si tratara de explicarle todo esto a alguien de una cultura tradicional a muchas cosas me diría "Pues claro". Sólo que ellos lo cuentan distinto, con cantos y leyendas. Y aquí llego a lo sagrado. Lo sagrado surge, en cuanto a lo que tiene que ver con los humanos, de nuestra curiosidad. Algunos creemos que los humanos somos curiosos porque ese era un rasgo que aumentaba las posibilidades de aprender en nuestros antepasados primates. A los que más cosas sabían, si era relevante la información y si sabían usarla, les iba mejor (8). Esa capacidad de aprender fue aumentando en nuestro linaje homínido a medida que la corteza cerebral, allí donde razonamos y creamos, fue creciendo. A lo largo de la historia evolutiva que ha devenido en nosotros, la interacción del sistema límbico mamífero y de la corteza cerebral humana ha creado una sensación muy intensa y definitiva: el asombro. Vincent Van Gogh decía que cuando tenía necesidad de religión salía a la noche y pintaba las estrellas (9). El arte y la astronomía provienen del asombro.
Creo que la medida de nuestra dignidad depende de cuánto nos abismemos a aquello que nos asombra. Un griego, Teofrasto, decía que la superstición es cobardía ante lo divino (10). Pero hay muchos que andan diciendo por ahí que lo que no es ciencia es superstición. Mentira. Para ser religioso no hay que arrodillarse y orar. Sólo hay que respetar aquello que nos asombra, y hay que ser consecuentes con lo que respetamos, en nuestro ser y en nuestro hacer.
A veces imagino que un indígena miraba el colibrí y decía "tan asombroso que haya una cosa tan chiquita de pajarito, tan llena de sol, tan hermana de mí" y entonces descubría, construía una historia acerca del colibrí. Y lo respetaba, y lo amaba. Por eso mismo hay grupos indígenas que piden permiso cuando entran a un río, cuando andan el monte. Porque veneran, porque respetan, porque saben que su propia vida viene de ese río y ese monte que, siempre misteriosos y bellos, a su vez hacen parte de una vida más grande. Por eso los cantos de los U'wa no son superstición. No. Son su contacto pleno y absoluto con lo divino. La superstición es lo otro: miedo, arrogancia, agarrarnos a un yo que ni siquiera es real.
La dignidad de los U'wa es vivir lo sagrado y, si es necesario, morir por lo sagrado. Por eso yo les pregunto a los científicos que estudian el monte, a los biólogos que dicen entender mejor la selva y la vida, dónde esta su dignidad.
A mí me avergüenza la arrogancia de los que andan menospreciando otras formas de abismarse y la de ciertos científicos en particular, porque hacen quedar mal a otros más callados pero más dignos que hacen la ciencia como otros labran la tierra, moldean el barro, arreglan motocicletas (11), pintan girasoles o crean leyendas. Esos callados científicos que salen a buscar su religión en las estrellas, en el mar, en las moléculas, en la selva. Pero yo les diría también a ellos que su religión sólo tiene sentido si la comparten con los demás, no sólo con sus colegas en congresos y revistas, sino con el vigilante, con el vecino, con la tía, con cualquiera. Y no hablo sólo de la información, hablo de lo que sienten, de su asombro. El maestro de biología que más he querido me enseñó algo muy importante, me dijo que lo que a uno lo hace científico no es el conocimiento sino la actitud (12). La veneración, el respeto, lo sagrado.
Me monto a un bus y sé que la gente anda por ahí sin casi nada sagrado. Supersticiones muchas. Sagrado poco, y es que qué va a ser sagrado sentarse frente a un televisor, un reinado de belleza, un trabajo sólo por sobrevivir, una pinta, un trámite o una cuenta en un banco. Y entre esas cosas andan por las que a muchos les dan úlceras y por las que otros se matan. Detrás de la ventanilla del bus transcurre un atardecer y adentro un niño pregunta algo que no mamá no sabe responder, pero ellos no ven nada. No vemos nada.
Yo los invito a que abramos los ojos y la piel y busquemos lo sagrado en nuestras vidas. Anda por todas partes, acechando. Déjense agarrar. Recuerden la lección de las identidades emergentes que andan bailando la vida: somos parte de un continuo que agrupa a todo lo vivo, sólo tenemos sentido en nuestra relación con los demás, y eso del yo es una cosa fugaz, somos en realidad parte de un proceso planetario, global. Cuando comprendamos eso, como los U'wa lo han comprendido desde que Sira les dio el corazón del mundo para venerarlo y para amarlo con sus cantos, cuando encontremos lo sagrado, compartámoslo. En eso estará nuestra dignidad, nuestro coraje. Y coraje es una palabra bonita porque viene de la misma raíz latina de corazón. Sólo quien ama tiene valor (13). Esa es la enseñanza de los U'wa, su entrega de lo sagrado a sus hermanos menores. Ahora es nuestro turno de amar.

(1) Versión escrita de la ponencia presentada en el Foro Diversidad, Identidad y Progreso, Noviembre 26 y 27 de 1997, Universidad del Valle, Cali. Organizado por el Grupo de Trabajo Kwika.
(2) Eduardo Galeano: Memoria del Fuego: Los Nacimientos. Siglo XXI Editores, Bogotá. 1982.
(3) Steven Pinker: The Language Instinct. William Morrow and Co., New York. 1994.
(4) Francisco Varela: El yo emergente. Pp 196-208 en La Tercera Cultura. John Brockman (ed.). Tusquets Editores, Barcelona. 1996.
(5) Kenneth Kaye: La Vida Mental y Social del Bebé. Paidós, Barcelona. 1986.
(6) Varela, op. cit.
(7) Brian Goodwin: La biología es una danza. Pp 89-102 en La Tercera Cultura.
(8) Carl Sagan: Cosmos. Capítulo 11. Editorial Planeta, Barcelona.
(9) Vincent Van Gogh: Cartas a Theo. Barral/Labor, Barcelona. 1984.
(10) Citado por Sagan, op. cit.
(11) Pensando, claro, en Robert Pirsig: Zen and the Art of Motorcycle Maintenance. William Morrow, New York. 1974.
(12) Recordando, claro, al profesor Enrique Bravo.
(13) Pirsig, op. cit.

jueves, 11 de agosto de 2005

amidst

¿no me reconoces?
dejé cicatrices en tus manos cuando me tocaste
me cantaste:
sonreías y terminaste gritando
lágrimas
y hundiéndote en el mar
miraste el cielo
y me dijiste:
es el olvido
pero a la mañana siguiente dormías
abrazada a mis tobillos.
soy sombra, dijiste, soy niño
y reíste por última vez
y te ocultaste
detras del espejo
de la noche
de las madrugadas que duelen
y me susurré cuchillos:
es el olvido.

lunes, 4 de julio de 2005

garrapatas

con miedo
se aferran a vos
y no entienden
aunque beban tu sangre
y se envenenen
de vos

martes, 7 de junio de 2005

el mar atónito, indiferente...

Bergman (1918- ): Persona (1966)
Nada, aún nuestras historias íntimas más sublimes y desgarradoras, puede prepararnos para esta experiencia cinematográfica categórica. Bergman alcanza simas líricas, realiza una disección tan definitiva y profunda de la naturaleza frágil y compleja del ser humano, que es difícil comparar esta película con ninguna otra. Es imperativo volver a ella, insistir en las revelaciones conscientes o en las que no nos atrevemos a decirnos porque nos aniquilarían, en los animales devastados por la soledad, por el tedio y el cansancio que nos habitan y que la película llama con afectuosa furia. Es necesario volver a la postración agradecida en que quedamos al verla: el cuerpo inclinado sobre un charco de sangre y malas entrañas.
Para querer ser de agua, sal, de piedra.

miércoles, 25 de mayo de 2005

respiro

entonces
sujeto el aire
metálico, cansado, polvoriento
lo aferro con rabia
con provocación
luego
con tristeza
envenenado
lo compadezco
sé que cada vez
que respiro
respiro
los gases de las máquinas
de los cuerpos
de los cadáveres
y ferozmente feliz
deshecho
me elevo
sobre el mundo.

domingo, 22 de mayo de 2005

más tangible

más tangible
que un cuchillo
que la tempestad que llena de sal mis venas
me desbordo
fuera del límite de mi angustia
en algún lugar un pájaro es asesinado a gritos
en algún lugar un niño bebe sangre de la tierra
me desbordo
lleno tu boca olvidada
de palabras amargas que no he dicho

en algún lugar un ciego teje con bilis mi piel

soy un río perdido

miércoles, 18 de mayo de 2005

sordo en mis manos

cómo se vuelve el tiempo sordo en mis manos.
cómo se demora.
ahora llueve y lo gris amortaja un cadáver de urbe que
muerto
sigue matando
y adentro, afuera de la lluvia,
por qué me sustraigo?
por qué incesantemente ocupo otro lugar del espacio?
no puedo irme sin dejarme?
y si estoy afuera?
y si nunca he estado
en esta compleja cosa que me encierra y me amortaja
gris
me llueve
y la ciudad me mira
y los tejados
lúgubres
cantan.

lunes, 2 de mayo de 2005

seguir hasta

seguir un rastro de coágulos negros hasta tí.
seguir un rastro de pájaros negros.
un rastro de olor amargo y rancio:
mi miedo, tu cansancio.
seguir tu rastro hasta dentro de mí,
hasta mis vísceras tristes,
hasta esa rabia que llora
cuando la llamas.

miércoles, 20 de abril de 2005

ya no sólo sos vos

como has parido
será ella quién padecerá.
la suya es una cuenta regresiva
hasta la caída,
hasta que aprenda
a maquillarse de excrementos,
a dar besos de cadáver,
a drogarse de sífilis y exhostos,
a lavar llagas ajenas y propias
con el vinagre de sus venas.
entonces
ya ni podrás arrodillarte
a pedir perdón
por parirla de tu pobre asquerosa carne.
y reíra ella la que fue tu misma risa hueca,
reirá
sobre tus lágrimas.

sábado, 16 de abril de 2005

besarás

besarás otras pieles,
otros labios.
otros sudores salarán tu cuerpo,
y no bastarán, no serán suficientes
para saciar tu vacío,
tu sed mitológica de criatura voraz
que no acaricia sino que desgarra.
y te apartarán con asco nuevamente
cuando descubran el engaño:
ese simulacro de belleza,
vacía, rota, podrida
y, que a pesar de vos,
a nadie toca, a nadie hiere
más allá de una naúsea que se olvida.

miércoles, 13 de abril de 2005

Todo

Kurosawa: Ran (1985)
Así como Eurípides, Dreyer y Von Trier se desencuentran en Medea, en esta película absoluta Kurosawa se encuentra con Shakespeare. Todos los personajes adquieren una dimensión total, las imágenes nos construyen el laberinto y no queda más que sumergirnos en una de las experiencias estéticas más sublimes, en la lucidez penetrante de un maestro que nos convierte a su arte.
Esta película fue hecha con una consciencia desmesurada de lo que es la belleza posible en la imagen y la palabra. Y nos cuenta todo: el amor, el perdón, la venganza, la dignidad, la tragedia.
Con gratitud reverencial queda en nuestra memoria más profunda y acaso, y a pesar, como una pieza de Bach, de todo lo demás que somos, mientras dura el arte y su embriaguez somos ese ángel caído y triste dentro de esta carne que se pudre. Así nos revela y así, por ese instante, nos absuelve.

Del deber de estrangular a los hijos

Von Trier: Medea (1988)
Aún quizás Von Trier, a pesar de ser capaz de componer algunas de las más bellas imágenes del cine, no era capaz de componer personajes y de hilarlos para sumergirnos en el maëlstrom de su visión desgarrada del mundo. Medea se fragmenta, los demás son intrascendentes. Excepto los niños en la escena en que los estrangula. Y pensaba en Cioran y en un poema de alguien que ha viajado conmigo: no hay peor crimen, no hay mayor infamia que traer un hijo al mundo.
"Sé lo que vas a hacer", dice el mayor de los niños. Y va por su hermano que se aleja del cadalso.
Luego, calmadamente: "Madre... ayúdame". Y ata la cuerda al árbol y la pasa alrededor de su cuello.
Y descansa.

si cayera lentamente

caería.
rompería un vidrio
como se rompe un pacto
como se abandona una mano.
y la gravedad sería un caballo
un mar
una tempestad de luciérnagas.
yo sonreiría,
al cielo,
mientras caigo,
una sonrisa que quedaría en la sangre sucia
en los dientes esparcidos
y en un pájaro que grita.

lunes, 4 de abril de 2005

el sonido de mis pasos

parece manos que se rinden

ocurre

llegas, y me llamas:
no recuerdo mi nombre
no recuerdo tu voz
sólo recuerdo que antes venías cuando yo no estaba.

jueves, 31 de marzo de 2005

viniste

escuchas?
ya no me queda aire
para decirte que estoy
triste

Líquido

El hombrecito bebe en una mesa del bar sucio y maloliente. Como es de esperar, va al baño con regularidad. Orina y vuelve. Repite el ritual que su vegija le impone. Va y vuelve. Se bebe el último trago. Está tan ebrio que está feliz. Se pone de pie y se dirige al baño. Antes de entrar se da la vuelta, agita la mano y sonríe a los borrachos que quedan en el turbio bar. Entra.
Amanece.
Echan a los últimos borrachos.
Recogen las sillas.
Barren.
¿Y el hombrecito?
No ha vuelto. No volverá.

(Primer lugar en el Segundo Concurso de Microrrelatos '2 Cielos 2', convocado por Omegar)

martes, 29 de marzo de 2005

Del Arte de Matar

Desde hace 45 mil años somos los mismos. Criaturas creadoras que más que vivirlo, imaginamos el mundo. Animales que tratamos de cifrar en palabras, conceptos, rituales y símbolos el horror, la belleza, el vértigo de existir y del universo. Mamíferos a quienes desconcierta la muerte, los únicos que sabemos que esa rigidez, que esa piel fría, que esa carne que se convierte en tierra nos anticipa y nos amenaza. Y entonces, exorcizamos la muerte.
En las pequeñas manadas que cazaban mamuts, esa muerte a exorcizar era la nuestra. Dios del trueno, protégeme de la muerte. Y matar al otro era reiterar la propia vida: mueres para que yo viva. Mas no sólo de carne de cadáveres vive el hombre. En su pequeñez y arrogancia se preguntaba por el cielo, por la luna, por la sangre, por el mar y siempre por la muerte. Era hábil para matar, pero hábil también era para danzar ante el viento, para dibujar antílopes en cavernas y símbolos en su cuerpo, hábil para hacer música de cortezas y maderos, hábil para entender los sueños y las propiedades de las plantas. Hábil para inventar dioses. Hábil para hacerse hábil, para hacerse un artista, alguien quien domina la danza o la música o el sentido de los sueños. O matar. El arte de la muerte. La habilidad para encontrar la ejecución perfecta. El valor de enfrentarse y burlar a la muerte.
De esa antigua estirpe es el toreo, el arte, la habilidad de matar a un animal que puede matarnos. De la estirpe del cazador, del valiente que acecha al jaguar en la noche, adivina el corazón y lo atraviesa.
Pero, ¿qué conciencia de muerte alienta esta habilidad, esta valentía? La conciencia de la propia muerte. Durante estos 45 mil años otras artes distintas han prosperado ampliando nuestra conciencia. Hemos profundizado en la habilidad de tratar de entender el mundo, de entendernos, de descifrar constelaciones y selvas, la habilidad de convertir sonidos en música (símbolo complejo de lo inefable), la habilidad de convertir trazos o colores en rastros de un mundo que nos atormenta. La habilidad de convertir la palabra en cosa viva. La habilidad de amar, de comprender que estamos hechos de lo demás.
Sí, toda habilidad puede ser arte. Que cada cual escoja su arte. Ahí están las corridas de toros para quien las quiera y las encuentre bellas. Pero de lo que ocurre en una plaza dos cosas son ciertas:
Primera. El toro, animal herbívoro, es torturado y asesinado con crueldad. Con crueldad porque sufre, porque es castigado con instrumentos brutales soportando un dolor que ninguno de ustedes soportaría y del cual se defiende para no soportar más. Con crueldad porque se le da muerte atravesándolo con una espada que le hace morir, en el mejor de los casos, ahogado en su propia sangre.
La segunda cosa cierta es que ahí está en juego nuestra conciencia, ese evento de nuestro cerebro que nos indica que somos un cuerpo que siente, sufre y piensa, que somos otro para los demás y que podemos atribuir emociones, sensaciones y pensamientos a esos demás que contemplamos y que nos contemplan. La facultad de entender el lugar que ocupamos en el mundo. Esa conciencia que por saber que de otros depende nuestra vida convertía en sagrada nuestra manada de cazadores, a nuestra familia, que fue convirtiendo en sagrados al suelo y a la lluvia, a los árboles y al cielo, al mar, a la tempestad y a todo, a esa Tierra que un día pudimos contemplar desde la Luna.
Esa conciencia que ha convertido en sagrado, en dignos de respeto árboles, ballenas, orquídeas, líquenes, elefantes, jaguares, porque ellos pertenecen al universo y su propia vida tiene un valor, no por nosotros, sino por ellos mismos. Un valor intrínseco.
Se necesita valentía para matar y desafiar la muerte. Pero esa es una valentía que asesina. Más valentía necesita la ternura. Más valentía necesitaron Van Gogh y Kafka para exorcizar sus demonios y dejarnos el hermoso abismo de su testimonio. Más valentía exigen ciertos abrazos. Más dignidad, habilidad y arte se necesitan para no violentar a nadie.
Y digo más porque sale de una conciencia que más profundamente abarca, compadece y ama.
Yo me pregunto de cuál valentía necesita más ahora el mundo.
Dejemos la estrecha simbología y los arcaicos rituales que celebran la muerte para quien los quiera.
Ojos de toro, animal que al contrario de nosotros no es consciente de que es uno para los otros. Pero nosotros sabemos: él es uno para nosotros. Ojos de toro, animal que sufre y que nos contempla.

Versión escrita de la ponencia presentada en el Panel La Fiesta de Toros, dentro del ciclo Arte y Violencia organizado por el Frente de Sensibilización Estética, Centro Clínica de lo Social, Universidad de San Buenaventura, Cali, Abril 20 de 1999.

lunes, 14 de marzo de 2005

Un equívoco sobre la belleza

Yimou Zhang: Hero (Ying xiong, 2002)
No escribiría sobre esta película que me pareció casi intrascendente si no fuera para establecer un desacuerdo. Creo que un exceso de personas consideran a ésta una película hermosa o artística. Por supuesto, esto no desdice del arte o la belleza, sino de las personas capaces de sostener una opinión así. No, me corrijo: desdice de una cultura que ha permitido que se crea que la belleza sea estilo y maquillaje y no un acontecimiento profundo, que sea artificio y efectismo y no una ampliación, una violentación, una transfiguración por los sentidos. ¿Qué más barato que llenar la pantalla de paisajes y colores y rostros y lágrimas a tiempo que no añaden nada a una historia sino que al contrario insultan a una inteligencia al menos mediocre? Un obra de arte es capaz de establecer un diálogo donde tanto el autor como el espectador crean. Y si ocurre ese acontecimiento donde la armonía emerge de la justa combinación de las partes en el diálogo, en la construcción de la visión, ocurre la belleza. Pueden ocurrir otras cosas con el arte: la repulsa, el horror, la tristeza, el dolor. Acaso una obra de arte sea más verdadera, más profunda, entre más estados permita. Pero así como la simple armonía, el simple escándalo, el más elemental estremecimiento dice más de nuestra trivial fisiología que de la profundidad de aquello que provoca nuestro predecible desbordamiento de hormonas y neurotransmisores, la obra para ser arte debe ser más que una fugaz provocación de estados fisiológicos. El arte nos revela, nos crea. Nos nace. Nos vive.
No hay nada hermoso en las imágenes ni en la historia de esta película. Acaso los objetos (el agua, el aire, la sangre, el desierto, los ojos de Ziyi Zhang) sean capaces en otros contextos componer imágenes bellas. Acaso con la dignidad, el sacrificio y el amor, se puedan narrar historias hermosas sobre esa época despiadada y violenta. O imágenes o historias crueles, o indiferentes, o laberínticas. Capaces de legarnos una visión del mundo más allá del banal regocijo visual, una visión profunda de nosotros mismos.

domingo, 13 de marzo de 2005

si abro

si abro los párpados
sale la sangre

(no dejes que te toque
no dejes que te hable)

mis párpados sobre tu piel
mi oscuridad sobre tu talle

mi voz ahogada

un grito
si abro los párpados

si abro los párpados
te miro:
sale mi sangre

lunes, 7 de marzo de 2005

temo

temo que si salgo ocurra de nuevo:
que cierre los ojos
y los ruidos
uno a uno me desgarren
que ella diga nada
que me cante
que la vida insista
en ser una herida
que el cielo caiga
y que la luna se levante.

sábado, 5 de marzo de 2005

como si

se volviera antigua
la sangre
densa
y se pudriera
justo debajo
de la piel

martes, 1 de marzo de 2005

laberinto

déjame besarte las rodillas
ser la sal de tus heridas
ser hastío en tu cansancio
deja que respire uno a uno
cada uno de los besos que me has dado
que escupa tu nombre
que venere tu miedo
déjame beber el odio agrio que secretas
que me muerdas y que sangre
que me toques y me cure
y me mientas y me ría
y me abraces

domingo, 27 de febrero de 2005

de los reales posibles

Tony Bui: Three Seasons (1999)
Cuatro historias entretejen distintos matices de lo posible y nos llevan por el mundo regular de las ambiciones cotidianas. Es un relato, por lo mismo, de la fragilidad: somos frágiles porque nos aferramos a nuestros sueños y al ámbito de lo que poseemos. Pero ninguna de las cuatro historias repite fielmente ninguna variación de este tema.
¿Qué ser más transparente y carente de ambiciones que la cultivadora de lotos? Ella carece de fragilidades porque no se aferra a nada, es inequívoco instrumento de la belleza que toma sus dedos, que toma su voz y se despliega. Ella se vuelve pretexto para el reencuentro consigo mismo del leproso, un sí mismo encubierto por las llagas, el remoridimiento y la mutilación... todas criaturas del tiempo. A través de la voz y las manos de la niña vuelve el leproso a su pureza, a la comunión con su más íntimo recogimiento (aquel que se extiende sobre el mundo) y las palabras que testimonian los recorridos de su dolor.
La escena de los lotos del leproso que regresan a las voces y las aguas de su infancia conmueve e ilumina: qué vehículo más transparente elige el tiempo en la niña para cifrar la inmutable belleza de un canto y unas aguas, de una infancia sepultada bajo lepra.
Las demás historias reconcilian nuestra cotidianidad con las posibilidades de nuestras pertenencias y nuestras ambiciones. La caja impuesta puede ser un pretexto para todas las cajas que cargamos. Pero el niño es niño sin la caja. Se entrega a sus charcos y al juego, a las delicadas ternezas de una amiga sombra. Pero nosotros, qué seríamos sin nuestras cajas?
El gringo es un caso patético de una pretendida sublimación que refleja todo el ego que trata de remediarse a sí mismo a través de los otros. Centrado en sí mismo, solo mira las calles, ajeno a la realidad que demanda su tal altruísmo, embriagando al niño y sintiéndose ajeno a la angustia de éste.
La historia del hombre del cyclo es una aventura que rompe las armaduras en pos del amor puro. Ése que habita bajo la piel de una puta, belleza y amor que ella no quiere ver y que él le descubre, en una inocencia irreal, absurda, de la que todos nos hacemos cómplices para creerla, para pretender que es posible... Es la más absurda de las historias, porque en ella nos descubrimos. Y por eso la aceptamos. Y recibimos las flores que caen.
[escrito en Brighton, 2000 o 2001]

viernes, 25 de febrero de 2005

cuando vengas

voy a pintarte de niebla
de pájaros
del olor que tiene la selva
voy a bautizarte del nombre
que cantan los grillos
que lleva el jaguar en su mirada
voy a abrazarte de mundo
voy a dejar que me enseñes a jugar con los mohanes
con las sombras
con el agua
quiero embrigarme de tus historias
de tus viajes por la vía láctea
y que me pintes de cielo
de luna
quiero que rías todos los días
quiero acariciarte las lágrimas
y que todo sea vos
cuando vengas

y que luego
cuando te vayas
quede cerrado el círculo
y me llevés en tu corazón
cuando lata.

domingo, 20 de febrero de 2005

"... y luego la hora de después y la siguiente."

Michael Cunningham: Las Horas (The Hours, 1998; Premios Pulitzer y PEN/Faulkner 1999)
Leí temiendo las lágrimas. Las que me congestionaron viendo la sobria y sensible adaptación de Stephen Daldry en cine. Pero no llegaron. Pero la felicidad, la plenitud de sentir una obra de arte viva en los sentidos, llegó. Aún me sorprende cómo con los mismos personajes y circunstancias pudieron construirse dos historias apenas leve, pero suficientemente distintas. Allí donde acaricia el libro de Cunningham la película de Daldry desgarra. Creo que la base esencial de las diferencias se haya en la presencia de la muerte, que en el libro llega a la señora Brown como una revelación liberadora, y en la película se impone como una angustia. El principal logro de Cunningham está en el recorrido por un universo de suave exuberancia femenina en su plenitud física y emocional, en su sexualidad sutil y profunda, en donde la presencia inmanente de la muerte es femenina así su víctima sea un hombre, por la forma en que la muerte parte del principio femenino del parir, del vínculo, de la trascendencia profunda de la cotidianidad que congrega y da continuidad feroz y despidada, y compasiva, al mundo. Esas cosas que solo la fuerza de una mujer puede invocar, con su lubricidad maternal y animal. Esas cosas que sólo la ausencia de una mujer puede quitar. Qué es una mujer sin ese mundo impuesto de madre y consorte? Sin que ella medie entre los objetos y la necesidad, sin que ella dé orden al mundo? Qué fue de Laura Brown cuando rompió con el mundo? Un abismo, acaso como ese mar que fue Virginia Woolf, que quiso entender sus costas, sus acantilados, su profundidad, sus criaturas. Ese mar que un día se puede dejar de ser, se toma una piedra, se pone en el abrigo y el mar se deshace en la oscuridad. La plenitud se congrega a sí misma. Un hombre, como Richard, no tiene ese principio vital, sólo su ausencia, y la muerte no es sino acallar ese vacío, esa plenitud que jamás se pudo abarcar. Y ambas, plenitud o ausencia inabarcables, dejan escuchar las horas de la fe de la desesperanza, las horas que prolongan la agonía del primer instante en que se supo ver y entender... las horas, las horas, las horas.

domingo, 6 de febrero de 2005

Un western de samurais

Kurosawa: Yojimbo (1961)
Es elemental el encanto de un western: el amor, el bien, el mal, el bien dueño de sí mismo, de su vocación, de su terquedad, el mal víctima de su oscuridad, de su caída, de su codicia. En la película de Kurosawa un ronin entra el simple laberinto de dos facciones de bandidos que salpican de imbecilidad y muerte un pequeño pueblo. El héroe juega con la estupidez y la codicia primitiva de los malos, cae víctima apaleada de su conmiseración por el mejor representante del patetismo en la película pero regresa para el recordarnos el valor depreciado y enorme de su dignidad. No habría héroes en las películas si los villanos dejaran de titubear cuando tienen la oportunidad de deshacerse de aquellos. Así, los héroes, siguen siendo posibles y también nuestra breve ilusión cinematográfica de que esa justicia es posible.
Kurosawa y Mifune hacen posible y tangible la belleza. Y la ilusión. Y la dramática y alegre felicidad de una película sobre un hombre sin nombre que algunos quisiéramos ser.

domingo, 30 de enero de 2005

cierro los ojos

cierro los ojos
tus ojos
y camino sobre el mar
hasta desollar mis pies
con la sal
y me arrodillo
y vuelvo a llorar mis ojos
tus ojos
sobre el mar