domingo, 6 de febrero de 2005

Un western de samurais

Kurosawa: Yojimbo (1961)
Es elemental el encanto de un western: el amor, el bien, el mal, el bien dueño de sí mismo, de su vocación, de su terquedad, el mal víctima de su oscuridad, de su caída, de su codicia. En la película de Kurosawa un ronin entra el simple laberinto de dos facciones de bandidos que salpican de imbecilidad y muerte un pequeño pueblo. El héroe juega con la estupidez y la codicia primitiva de los malos, cae víctima apaleada de su conmiseración por el mejor representante del patetismo en la película pero regresa para el recordarnos el valor depreciado y enorme de su dignidad. No habría héroes en las películas si los villanos dejaran de titubear cuando tienen la oportunidad de deshacerse de aquellos. Así, los héroes, siguen siendo posibles y también nuestra breve ilusión cinematográfica de que esa justicia es posible.
Kurosawa y Mifune hacen posible y tangible la belleza. Y la ilusión. Y la dramática y alegre felicidad de una película sobre un hombre sin nombre que algunos quisiéramos ser.

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