lunes, 13 de diciembre de 2004

y si cayeran

y si cayeran la paredes
y si cayeran la piel
las vísceras
y los huesos
quedaría la angustia
y te abrazaría

"then you're leaving me... alone... in a room... with an elephant"

Gus Van Sant: Elephant (2003)
Lejos del cine fácil de tours con todo incluido, Van Sant nos ofrece ese espejo, esa ventana, ese pozo, que tantas veces el cine puede ser cuando en lugar de entretenimiento es arte. Elephant acompaña el transcurrir de las últimas horas (y de pasados recientes) de distintos adolescentes que serán asesinados o asesinarán en una historia basada en la masacre de la escuela secundaria de Columbine, en 1999. La cámara se toma el tiempo para seguir en grupos o solos a los jóvenes, que habitan el tedio, la soledad, la trivialidad, la angustia, sin ir a ninguna parte. Y luego sucede la muerte. La historia se fragmenta entre los distintos personajes con la calma propia de esas historias sin rumbo, abandona a uno de los personajes para tomar a otro y llevarnos nuevamente a los mismos lugares, a lugares donde convergen recorridos, en un manejo adecuado del tiempo para una presentación de momentos que, de no ser por la matanza, no serían una historia.
Hay acaso dos deslices que traicionan ese deambular sin sentido que retrata la película: Alex, uno de los asesinos, nos es mostrado recibiendo el escarnio de la agresión soterrada de un par de sus compañeros durante una clase; Eric, el otro asesino, recrimina a uno de los directivos, a sus pies, por no haber hecho nada a favor de quienes son humillados por sus compañeros. Van Sant pudo, sin estos momentos, haber logrado dejarnos sentir que genuinamente nada en la matanza (ni en la adolescencia) es fácilmente explicable, pudo habernos dejado una de esas experiencias que sacamos a diario de las calles o de los medios, donde contemplamos las tragedias o las rutinas sin entender, y casi siempre sin tratar de entender, las causas.
En el resto de la película todo simplemente ocurre. A veces como en un sueño, como cuando la cámara se hace lenta, en la inexpresividad de quienes huyen de la matanza, en el lento, inexplicable camino de Benny hacia de donde todos huyen. Ese ambiente onírico, absurdo, elemental, monocromático, es un logro realista en un director que ha demostrado que bien puede hacer películas bajo los cánones más efectistas y artificiales de la industria.
Otro logro es una mirada que en momentos es justa con la naturaleza adolescente. Elías tomando fotos, revelándolas, John llorando, la compañera que se acerca y lo besa en la mejilla. Esos momentos cálidos que me recordaron que los adolescentes, como con quienes comparto 40 semanas al año, además de fornicar, beber y drogarse, admiran la belleza, sufren la soledad de un mundo sin afectos ni guianza de los adultos, y pueden ser compasivos. Pero nuestra indiferencia "les ha dejado solos, en una habitación, con el elefante..." El elefante que la cámara dibuja, el elefante que aparece dibujado, entre las cosas diarias y dispares de una habitación, mientras Alex mientras toca Para Elisa...
Van Sant puede no haber logrado una memorable obra de arte, pero ha dado unos pasos dentro del bosque. Y mientas anda mira. Y nos da ojos. Y nosotros miramos y vemos ese pedazo del mundo, del tiempo, como es pedazo incomprensible del universo este banal planeta donde, infinitesimales y breves, vivimos.

martes, 7 de diciembre de 2004

"¿Nos contará usted de los otros mundos allá entre las estrellas, de los otros hombres, de las otras vidas?"

Úrsula K. Le Guin (1929- ): La Mano Izquierda de la Oscuridad (The Left Hand of Darkness, Premio Nébula 1969, Premio Hugo 1970)
Una épica historia, delicada, profunda, sensible. Una historia que quizás no pudo sino escribir una mujer. Al principio la historia me pareció trivial, pintoresca, una historia de fantasía para niños grandes. No lo es, es en cambio una obra imprescindible en la exploración de las posibilidades y logros de la ciencia ficción.
Genly Ai llega al planeta Invierno con la propuesta de que la humanidad que lo habita se una al Ecumen, una especie de confederación pacífica de planetas poblados por humanos. Llega solo a tratar de hacer escuchar su mensaje a los gobernantes de los países de este helado planeta. Su odisea transcurre en dos de los principales países, pero también transcurre en medio de una humanidad cualitativamente distinta de la convencional: en Gueden (el nombre que Invierno recibe de sus habitantes) los humanos no son ni hembras ni machos sino durante unos días al mes, una transformación transitoria que requiere de otro que esté en el mismo momento del ciclo y que asumirá la identidad complementaria. Estos seres andróginos pueden ser tanto padres como madres, hombres como mujeres, pero permanecen la mayor parte del tiempo en estado indiferenciado.
Le Guin desentraña muchas de las posibilidades psicológicas, religiosas, éticas y sociales de individuos y de una sociedad con esta naturaleza. El hilo conductor de la historia será el guedeniano que sacrificará en principio su honor, y luego tanto más, para que el Enviado consiga su misión. El tema central es la amistad que surge en un mundo hostil entre estos dos seres disímiles. Le Guin recrea los personajes, aún los fugaces, con precisión, da profundidad y carácter a los estados de ánimo y a los pensamientos, colorido y tangibilidad a los paisajes urbanos y naturales, emoción a los devenires, credibilidad histórica a la existencia de culturas, civilizaciones y humanidades dispersas por las estrellas. El título es una delicada exaltación tanto de lo Único como de lo Dual que se explica en algún momento del relato. El final es sobrio, propio de la dignidad de los personajes que tejieron la historia. De una especulación sobre el futuro galáctico de la humanidad, Le Guin elaboró lo que pocos especuladores pueden: una hermosa obra de arte.

lunes, 6 de diciembre de 2004

mientras el mundo se desvanece en la oscuridad

Ingmar Bergman (1918- ): El Séptimo Sello (Det Sjunde inseglet, 1957)
La Europa de la Peste Negra y las cruzadas. Un caballero y su escudero regresan de sus diez años de ausencia, de la sangrienta y absurda reconquista de santas tierras. Han envejecido de cinismo y tristeza y desesperación, han envejecido de un Dios que en diez años y en tierras santas se ha hecho cada vez más ausente, hasta desaparecer en la oscuridad.
Dios, ese ausente omnipresente. Las procesiones de flagelados, la quema de brujas que fornican con el diablo nos cuentan de un mundo que cae en su apocalipsis sin atreverse a blasfemar, sintiéndose culpable y hediondo, salvo los que se redimen en el hedonismo.
Con calma, la Muerte reclama a los suyos. El caballero demora la partida retando a la tramposa a jugar ajedrez. Pero los días que gana sólo le permiten más horrores, un breve y falaz encuentro con el trivial solaz doméstico de un saltimbanqui, más absurdas horas y un reencuentro con la paciente esposa que le espera y quien luego será la única (eso enseña la paciencia) que recibirá a la Muerte como a un sereno ocaso.
Una hermosa composición teatral de Bergman, cuyo casi total efecto reside en los diálogos, en la fuerte personificación de la Muerte, en el lúcido y amargo cinismo de Jöns, el escudero, y en algunas pocas imágenes que, como todo lo memorable de esta cinta, hablan del onírico absurdo que es existir y preguntarse por qué, cuando desde siempre todo ha sido apocalipsis.