jueves, 31 de marzo de 2005

viniste

escuchas?
ya no me queda aire
para decirte que estoy
triste

Líquido

El hombrecito bebe en una mesa del bar sucio y maloliente. Como es de esperar, va al baño con regularidad. Orina y vuelve. Repite el ritual que su vegija le impone. Va y vuelve. Se bebe el último trago. Está tan ebrio que está feliz. Se pone de pie y se dirige al baño. Antes de entrar se da la vuelta, agita la mano y sonríe a los borrachos que quedan en el turbio bar. Entra.
Amanece.
Echan a los últimos borrachos.
Recogen las sillas.
Barren.
¿Y el hombrecito?
No ha vuelto. No volverá.

(Primer lugar en el Segundo Concurso de Microrrelatos '2 Cielos 2', convocado por Omegar)

martes, 29 de marzo de 2005

Del Arte de Matar

Desde hace 45 mil años somos los mismos. Criaturas creadoras que más que vivirlo, imaginamos el mundo. Animales que tratamos de cifrar en palabras, conceptos, rituales y símbolos el horror, la belleza, el vértigo de existir y del universo. Mamíferos a quienes desconcierta la muerte, los únicos que sabemos que esa rigidez, que esa piel fría, que esa carne que se convierte en tierra nos anticipa y nos amenaza. Y entonces, exorcizamos la muerte.
En las pequeñas manadas que cazaban mamuts, esa muerte a exorcizar era la nuestra. Dios del trueno, protégeme de la muerte. Y matar al otro era reiterar la propia vida: mueres para que yo viva. Mas no sólo de carne de cadáveres vive el hombre. En su pequeñez y arrogancia se preguntaba por el cielo, por la luna, por la sangre, por el mar y siempre por la muerte. Era hábil para matar, pero hábil también era para danzar ante el viento, para dibujar antílopes en cavernas y símbolos en su cuerpo, hábil para hacer música de cortezas y maderos, hábil para entender los sueños y las propiedades de las plantas. Hábil para inventar dioses. Hábil para hacerse hábil, para hacerse un artista, alguien quien domina la danza o la música o el sentido de los sueños. O matar. El arte de la muerte. La habilidad para encontrar la ejecución perfecta. El valor de enfrentarse y burlar a la muerte.
De esa antigua estirpe es el toreo, el arte, la habilidad de matar a un animal que puede matarnos. De la estirpe del cazador, del valiente que acecha al jaguar en la noche, adivina el corazón y lo atraviesa.
Pero, ¿qué conciencia de muerte alienta esta habilidad, esta valentía? La conciencia de la propia muerte. Durante estos 45 mil años otras artes distintas han prosperado ampliando nuestra conciencia. Hemos profundizado en la habilidad de tratar de entender el mundo, de entendernos, de descifrar constelaciones y selvas, la habilidad de convertir sonidos en música (símbolo complejo de lo inefable), la habilidad de convertir trazos o colores en rastros de un mundo que nos atormenta. La habilidad de convertir la palabra en cosa viva. La habilidad de amar, de comprender que estamos hechos de lo demás.
Sí, toda habilidad puede ser arte. Que cada cual escoja su arte. Ahí están las corridas de toros para quien las quiera y las encuentre bellas. Pero de lo que ocurre en una plaza dos cosas son ciertas:
Primera. El toro, animal herbívoro, es torturado y asesinado con crueldad. Con crueldad porque sufre, porque es castigado con instrumentos brutales soportando un dolor que ninguno de ustedes soportaría y del cual se defiende para no soportar más. Con crueldad porque se le da muerte atravesándolo con una espada que le hace morir, en el mejor de los casos, ahogado en su propia sangre.
La segunda cosa cierta es que ahí está en juego nuestra conciencia, ese evento de nuestro cerebro que nos indica que somos un cuerpo que siente, sufre y piensa, que somos otro para los demás y que podemos atribuir emociones, sensaciones y pensamientos a esos demás que contemplamos y que nos contemplan. La facultad de entender el lugar que ocupamos en el mundo. Esa conciencia que por saber que de otros depende nuestra vida convertía en sagrada nuestra manada de cazadores, a nuestra familia, que fue convirtiendo en sagrados al suelo y a la lluvia, a los árboles y al cielo, al mar, a la tempestad y a todo, a esa Tierra que un día pudimos contemplar desde la Luna.
Esa conciencia que ha convertido en sagrado, en dignos de respeto árboles, ballenas, orquídeas, líquenes, elefantes, jaguares, porque ellos pertenecen al universo y su propia vida tiene un valor, no por nosotros, sino por ellos mismos. Un valor intrínseco.
Se necesita valentía para matar y desafiar la muerte. Pero esa es una valentía que asesina. Más valentía necesita la ternura. Más valentía necesitaron Van Gogh y Kafka para exorcizar sus demonios y dejarnos el hermoso abismo de su testimonio. Más valentía exigen ciertos abrazos. Más dignidad, habilidad y arte se necesitan para no violentar a nadie.
Y digo más porque sale de una conciencia que más profundamente abarca, compadece y ama.
Yo me pregunto de cuál valentía necesita más ahora el mundo.
Dejemos la estrecha simbología y los arcaicos rituales que celebran la muerte para quien los quiera.
Ojos de toro, animal que al contrario de nosotros no es consciente de que es uno para los otros. Pero nosotros sabemos: él es uno para nosotros. Ojos de toro, animal que sufre y que nos contempla.

Versión escrita de la ponencia presentada en el Panel La Fiesta de Toros, dentro del ciclo Arte y Violencia organizado por el Frente de Sensibilización Estética, Centro Clínica de lo Social, Universidad de San Buenaventura, Cali, Abril 20 de 1999.

lunes, 14 de marzo de 2005

Un equívoco sobre la belleza

Yimou Zhang: Hero (Ying xiong, 2002)
No escribiría sobre esta película que me pareció casi intrascendente si no fuera para establecer un desacuerdo. Creo que un exceso de personas consideran a ésta una película hermosa o artística. Por supuesto, esto no desdice del arte o la belleza, sino de las personas capaces de sostener una opinión así. No, me corrijo: desdice de una cultura que ha permitido que se crea que la belleza sea estilo y maquillaje y no un acontecimiento profundo, que sea artificio y efectismo y no una ampliación, una violentación, una transfiguración por los sentidos. ¿Qué más barato que llenar la pantalla de paisajes y colores y rostros y lágrimas a tiempo que no añaden nada a una historia sino que al contrario insultan a una inteligencia al menos mediocre? Un obra de arte es capaz de establecer un diálogo donde tanto el autor como el espectador crean. Y si ocurre ese acontecimiento donde la armonía emerge de la justa combinación de las partes en el diálogo, en la construcción de la visión, ocurre la belleza. Pueden ocurrir otras cosas con el arte: la repulsa, el horror, la tristeza, el dolor. Acaso una obra de arte sea más verdadera, más profunda, entre más estados permita. Pero así como la simple armonía, el simple escándalo, el más elemental estremecimiento dice más de nuestra trivial fisiología que de la profundidad de aquello que provoca nuestro predecible desbordamiento de hormonas y neurotransmisores, la obra para ser arte debe ser más que una fugaz provocación de estados fisiológicos. El arte nos revela, nos crea. Nos nace. Nos vive.
No hay nada hermoso en las imágenes ni en la historia de esta película. Acaso los objetos (el agua, el aire, la sangre, el desierto, los ojos de Ziyi Zhang) sean capaces en otros contextos componer imágenes bellas. Acaso con la dignidad, el sacrificio y el amor, se puedan narrar historias hermosas sobre esa época despiadada y violenta. O imágenes o historias crueles, o indiferentes, o laberínticas. Capaces de legarnos una visión del mundo más allá del banal regocijo visual, una visión profunda de nosotros mismos.

domingo, 13 de marzo de 2005

si abro

si abro los párpados
sale la sangre

(no dejes que te toque
no dejes que te hable)

mis párpados sobre tu piel
mi oscuridad sobre tu talle

mi voz ahogada

un grito
si abro los párpados

si abro los párpados
te miro:
sale mi sangre

lunes, 7 de marzo de 2005

temo

temo que si salgo ocurra de nuevo:
que cierre los ojos
y los ruidos
uno a uno me desgarren
que ella diga nada
que me cante
que la vida insista
en ser una herida
que el cielo caiga
y que la luna se levante.

sábado, 5 de marzo de 2005

como si

se volviera antigua
la sangre
densa
y se pudriera
justo debajo
de la piel

martes, 1 de marzo de 2005

laberinto

déjame besarte las rodillas
ser la sal de tus heridas
ser hastío en tu cansancio
deja que respire uno a uno
cada uno de los besos que me has dado
que escupa tu nombre
que venere tu miedo
déjame beber el odio agrio que secretas
que me muerdas y que sangre
que me toques y me cure
y me mientas y me ría
y me abraces