lunes, 14 de marzo de 2005

Un equívoco sobre la belleza

Yimou Zhang: Hero (Ying xiong, 2002)
No escribiría sobre esta película que me pareció casi intrascendente si no fuera para establecer un desacuerdo. Creo que un exceso de personas consideran a ésta una película hermosa o artística. Por supuesto, esto no desdice del arte o la belleza, sino de las personas capaces de sostener una opinión así. No, me corrijo: desdice de una cultura que ha permitido que se crea que la belleza sea estilo y maquillaje y no un acontecimiento profundo, que sea artificio y efectismo y no una ampliación, una violentación, una transfiguración por los sentidos. ¿Qué más barato que llenar la pantalla de paisajes y colores y rostros y lágrimas a tiempo que no añaden nada a una historia sino que al contrario insultan a una inteligencia al menos mediocre? Un obra de arte es capaz de establecer un diálogo donde tanto el autor como el espectador crean. Y si ocurre ese acontecimiento donde la armonía emerge de la justa combinación de las partes en el diálogo, en la construcción de la visión, ocurre la belleza. Pueden ocurrir otras cosas con el arte: la repulsa, el horror, la tristeza, el dolor. Acaso una obra de arte sea más verdadera, más profunda, entre más estados permita. Pero así como la simple armonía, el simple escándalo, el más elemental estremecimiento dice más de nuestra trivial fisiología que de la profundidad de aquello que provoca nuestro predecible desbordamiento de hormonas y neurotransmisores, la obra para ser arte debe ser más que una fugaz provocación de estados fisiológicos. El arte nos revela, nos crea. Nos nace. Nos vive.
No hay nada hermoso en las imágenes ni en la historia de esta película. Acaso los objetos (el agua, el aire, la sangre, el desierto, los ojos de Ziyi Zhang) sean capaces en otros contextos componer imágenes bellas. Acaso con la dignidad, el sacrificio y el amor, se puedan narrar historias hermosas sobre esa época despiadada y violenta. O imágenes o historias crueles, o indiferentes, o laberínticas. Capaces de legarnos una visión del mundo más allá del banal regocijo visual, una visión profunda de nosotros mismos.

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