miércoles, 29 de septiembre de 2004

manos

en mis manos cantan las mías, las manos que no tengo y desollan, sin escuchar, los gritos, la tierra, el agua que beben, la esquirla que amenaza, la oscuridad que hienden.
en mis manos cantan las tuyas, roncas, tenebrosas, si no cansadas, luz gris pastosa de alborada, las manos que atiborran de sándalos y heridas otras manos menos mías, las manos que no encuentran y en ciega ira
me cardan.

lunes, 20 de septiembre de 2004

Celebración inconclusa

José Saramago (1922- ): Ensayo sobre la ceguera (Ensaio sobre a Cegueira, 1995)
El primer libro de Saramago que termino. Es fácil entenderlo, cuando se me saben ciertas debilidades. Aterradora por momentos, por largos momentos, la narración nos lleva por el infierno de una humanidad que poco a poco enceguece como envolviéndose en un blanco mar. Primero el rechazo brutal hacia las víctimas de la peste blanca, luego la brutalidad entre los mismos ciegos. Asistimos con nuestros ojos puestos a este horror siguiendo los ojos de una mujer que sin estar ciega y fingiendo estarlo, acompaña a su marido al manicomio abandonado donde encierran a las primeras víctimas. Con ella pasaremos días de hedor de excreciones, de miedo, de inclemencia humana. Será violada, asesinará, será los ojos de su pequeña tribu amada. La novela no carece de momentos felices: "...somos la única mujer con seis ojos y seis manos que hay en el mundo." "Cuántos años tienes (...) Me acerco a los cincuenta, Como mi madre, Y ella, Ella, qué, Sigue siendo guapa, Lo era más antes, Es lo que nos pasa a todos, siempre hemos sido más alguna vez, Tú nunca lo has sido tanto..."
Retrato casi perfecto de la crápula humana, sin embargo Saramago se concede una debilidad, una fe absurda: la tribu que acompañamos conoce la desidia, la cobardía, pero no los peores infiernos de la herencia ancestral de reptiles y mamíferos carroñeros: en la tribu no hay rabia, nadie estalla de ira, nadie quiere matar a dentelladas a ese otro que apesta como uno, pero que por ser otro apesta más. Los perversos son los otros, los que amenazan la unidad absurda de esta tribu mísera pero digna. Es un acto de fe.
Por último, en el infierno Saramago les concede no sólo las efímeras felicidades de la cópula y la venganza, del llanto consolado y de los abrazos, sino además les permite salir, abandonar el justo lugar donde pertenecen. Como harto de hacerlos sufrir tanto, los libera. Y entonces, con rabia triste uno los deja, más allá de las últimas palabras de la novela, volver a hacer el mundo, a imagen y semejanza de la bestia.

lunes, 13 de septiembre de 2004

en ti

en ti me pudro y me desciendo
en ti encuentro el polvo del que estoy hecho:
el rencor, el cansancio, el olvido
en ti se me secan los ojos
se me caen los dientes
en ti recuerdo que arrastro
una a una mis vísceras
soy un inventario pendiente de morgue, de carnicería

en ti me veo
en ti me nombro
en ti me siento
en ti muriendo, hediendo
río
y celebro
escupo sangre
y te beso