lunes, 6 de diciembre de 2004

mientras el mundo se desvanece en la oscuridad

Ingmar Bergman (1918- ): El Séptimo Sello (Det Sjunde inseglet, 1957)
La Europa de la Peste Negra y las cruzadas. Un caballero y su escudero regresan de sus diez años de ausencia, de la sangrienta y absurda reconquista de santas tierras. Han envejecido de cinismo y tristeza y desesperación, han envejecido de un Dios que en diez años y en tierras santas se ha hecho cada vez más ausente, hasta desaparecer en la oscuridad.
Dios, ese ausente omnipresente. Las procesiones de flagelados, la quema de brujas que fornican con el diablo nos cuentan de un mundo que cae en su apocalipsis sin atreverse a blasfemar, sintiéndose culpable y hediondo, salvo los que se redimen en el hedonismo.
Con calma, la Muerte reclama a los suyos. El caballero demora la partida retando a la tramposa a jugar ajedrez. Pero los días que gana sólo le permiten más horrores, un breve y falaz encuentro con el trivial solaz doméstico de un saltimbanqui, más absurdas horas y un reencuentro con la paciente esposa que le espera y quien luego será la única (eso enseña la paciencia) que recibirá a la Muerte como a un sereno ocaso.
Una hermosa composición teatral de Bergman, cuyo casi total efecto reside en los diálogos, en la fuerte personificación de la Muerte, en el lúcido y amargo cinismo de Jöns, el escudero, y en algunas pocas imágenes que, como todo lo memorable de esta cinta, hablan del onírico absurdo que es existir y preguntarse por qué, cuando desde siempre todo ha sido apocalipsis.

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