martes, 5 de octubre de 2004

para que le guste tanto la sangre

José Saramago (1922- ): El Evangelio según Jesucristo (O Evangelho segundo Jesus Cristo, 1991)
La fe, como las mismas convicciones diarias, es necesariamente irracional. Sostenerle un sentido habitual a la mamífera demostración de nuestra existencia requiere menos de la racionalidad que de una consistencia visceral, de una convicción absurda de que es trascendente aquello que da consistencia biográfica, lúbrica, pasional, afectiva al hecho de ser carne y piel sostenidas por un esqueleto. La fe católica, cristiana, o monoteísta, como virtualmente cualquier fe surgida de la imaginación cobarde de esta especie febril, egoísta y vana, no soporta un análisis cuidadoso de sus motivaciones y raíces, menos de su lógica. La subordinación humillante a dioses ávidos de sangre y dolor, la fácil intolerancia, las Iglesias brutales llevan a la necesaria conclusión de que ese demiurgo baboso e indiferente inventado por los hebreos, los cristianos y los musulmanes es una imagen magnificada y arrogante de nuestras fétidas entrañas.
En la escena central del relato de Saramago sobre Jesús, cordero de un dios hebreo ávido de un público más amplio, ese dios se manifiesta como inevitablemente debió haber sido, como debe ser: un ególatra que necesita del padecimiento, del horror, para ser venerado. El diablo tienta a ese judío codicioso con la compasión y éste la desprecia. El diablo se resigna: "Es necesario ser Dios para que le guste tanto la sangre".
Con un dios que se proclama todopoderoso no son posibles los malentendidos: por sus frutos es conocido. La bondad y el misticismo, el arte, sólo prueban que el humano es suficiente criatura para inventarse un dios sangriento y pedante y a pesar de todo ser Francisco de Asís, el Greco, Bach o Pessoa, o alguna de esas dos Marías que se abrazan en la escena más hermosa de este libro que testimonia el sacrificio de un inocente para que durante centurias siguiéramos satisfaciendo nuestra lujuria de sangre. La bondad, la inocencia, sólo sirven para que los herederos de dios en la tierra tengan qué llevar al matadero. Y la dignidad frente a esos ángeles del señor que reclaman para sí la parte terrena de su reino es no ser, no querer ser como ellos, traficantes y asesinos de almas y de carnes. Y como el Jesús de Saramago, la dignidad será señal de la derrota. Benditas sean. Maldito sea ese dios que desconoce dignidades y derrotas.

No hay comentarios.: