martes, 17 de agosto de 2004

Hasta el último round

Charles Bukowski (1920-1994): El Capitán Salió a Comer y los Marineros se Tomaron el Barco (The Captain is Out to Lunch and the Sailors Have Taken Over the Ship, 1998)
No fue amor a primera vista. Estábamos en Aguaclara, bajo Anchicayá, en una playa sobre el río. Este pelado, que venía con Carolina, me pasó casi vehemente un libro de cuentos de Bukowski. Me hastié rapidamente de la violencia gratuita.
Luego vinieron los poemas, esos que lee Carlos Sanabria para soportar los días. Después con Ham on Rye descubrí que la prosa autobiográfica de Bukowski es también un poema violento en su naúsea, su ternura, su lucidez y su desdicha. Luego otro libro de poemas. Y hace poco, en una librería en Cartagena, estos apartes del diario de sus últimos meses (agosto 91-febrero 93). La portada posterior miente: el secreto que conocía Bukowski no era que nada tiene importancia, sino que todo, hasta lo más despreciable, que es uno, duele tanto que es lo único que importa de estar vivos.
Bukowski, como pocos, era un niño envejecido. Un niño violento, herido. Un niño perdido en una pesadilla atroz. Fue feliz con rabia y tristeza en las palabras, en la dignidad de otros que caían, en la música clásica. Peleó siempre, aguantó duro. Y este viejo niño que contemplamos en su diario insiste: todo importa y nada, nada, nada tiene sentido.

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