domingo, 20 de junio de 2004

Dos novelas sub-apocalípticas

George R. Stewart (1895-1980): La Tierra Permanece (Earth Abides, 1949, Premio International Fantasy 1953)
John Wyndham (1903-1969): El Día de los Trífidos (The Day of the Triffids, 1955)

Cincuenta años nos han hecho perder la inocencia ante los viejos relatos de hecatombes apocalípticas. Estos dos libros se incluyen en listas de lo mejor ciencia ficción escrita de todos los tiempos, pero su candor parece excesivo y su talento narrativo suficiente pero no excepcional.
En la novela de Wyndham una noche en la Tierra caen millones de estrellas fugaces que iluminan de verde el cielo... Unos pocos años antes, sin saber de dónde, han aparecido sobre todo el planeta unas plantas extrañas capaces de caminar, al parecer de comunicarse entre sí, y de matar presas, entre ellas humanos, con un látigo armado de un aguijón venenoso. Las plantas fueron domesticadas para extraer de ellas un valioso aceite y a esa industria se dedicaba el protagonista cuando un accidente con una planta lo lleva a asistir ciego en un hospital londinense a la noche verde. Despierta al otro día para encontrar una humanidad enceguecida. Los trífidos, las plantas asesinas, no demorarán en escapar de los cultivos. Extrañamente, esta no se convierte en una historia donde el enfrentamiento con los trífidos sea central. Bill Masen, el protagonista, se involucra rápidamente en una historia de amor con una brillante y joven escritora y la historia deriva principalmente en los conflictos entre grupos de sobrevivientes, cada cual con su propia idea del tipo de sociedad que debe reconstruirse. Son por lo tanto los demás humanos de cuyas garras se debe escapar o mutilarlas; los trífidos sólo colaboran en recrear una atmósfera pintoresca y en ponerle límites al reestablecimiento de la normalidad humana.
Stewart nos ofrece, por el contrario una historia sobre el fénix humano, renaciendo sin aprenas contratiempos, de sus cenizas. Esta vez el escenario es un Estados Unidos, predominantemente rural y pueblerino con deambulares escasos por las ciudades, devastado en cuestión de días por una plaga que jamás se precisa. Nuestro protagonista, Isherwood Williams, sobrevivía en una cabaña solitaria en Illinois, cercado por las fiebres de una mordedura de serpiente. Son muy pocos los sobrevivientes y por lo tanto no hay emergentes sistemas sociales en conflicto. Ish, como Bill, se enamora rápidamente, aunque en este caso se trata de una mujer mayor, simple, sabia y suave. Luego el relato fluye terso y sereno, lleno de meditaciones, hacia la historia de la pequeña comunidad de siete sobrevivientes que establece Ish, desde los primeros hijos hasta el ocaso de Ish anciano en medio de sus bisnietos cazadores. La novela, escrita por un profesor universitario al parecer propenso a estados contemplativos, es una sucesión de las meditaciones sobre un pasado perdido, un presente vital y un futuro incierto aunque tranquilo. A Ish le duele la pérdida de la cultura occidental, le duele no como humanista, sino como joven científico provincial, y sueña con permitirle al más frágil y sensible de sus hijos acceder al legado de decenas de millares de libros que callan en la biblioteca de una cercana universidad. Las reflexiones de Ish y los comentarios en bastardilla nos revelan una perspectiva ingenua y benevolente de la naturaleza básica humana. Un sólo personaje perverso habita brevemente la novela.
Sus personajes bidimensionales, los conflictos y situaciones esquemáticos, no dejan a estas novelas ser trascendentes sin que quiera decir esto que sean triviales ni que carezcan de calidad literaria. A las visiones que busco en la ciencia ficción aportan poco, acaso quizás comprender y sentir en parte una etapa ingenua e inocente del género, propia, supongo, de un mundo de posguerra. Pero si he de elegir entre candores, debo decir que a Stewart lo leí con afecto.
Para dejar una idea del tono de ambas novelas, nada mejor que sus finales:
"Así que debemos pensar que la tarea que nos espera es sólo nuestra. Creemos vislumbrar ya el caminio, pero hay todavía mucho que trabajar e investigar antes que nuestros hijos, o los hijos de nuestros hijos puedan cruzar el estrecho e iniciar la gran cruzada que hará retroceder más y más a los trífidos, más y más, destruyéndolos incesantemente hasta borrarlos de la faz de la tierra que han osado usurpar."
"Nada quedaba de todos sus esfuerzos. Se dormiría, descansaría en las faldas de aquellas montañas que se parecían a los pechos de una mujer y eran a la vez un símbolo y un consuelo.
En seguida, aunque apenas veía ahora, se volvió hacia los jóvenes. Me entregarán a la tierra, pensó. Y yo también los entrego a la tierra, madre de los hombres. Los hombres van y vienen, pero la Tierra permanece."

No hay comentarios.: