jueves, 27 de mayo de 2004

Dos novelas apocalípticas

J.G. Ballard (1930-): Rascacielos (High-Rise, 1975)
T.M. Disch (1939-?): Los Genocidas (The Genocides, 1965)
En Los Genocidas llegan primero a la Tierra, esta vieja terca, unas plantas del cielo que arrasan con la Anciana y sus criaturas. Con casi todas. Permanecen una indómitas ratas, humanos y algunas vacas. Poco después, cuando los pocos humanos que quedan tienen por mayor desastre a los demás sobrevivientes, llegan unas simpáticas esferas incendiarias que arrasan con lo poco que queda. Con casi todo lo poco. Huyendo del fuego redentor una manada de humanos termina deambulando en los laberintos de las raíces de las plantas, retrocediendo en su monstruosa humanidad mientras se alimentan de la secreción dulzona de las raíces huecas...
En Rascacielos una piscina, una escuela y un supermercado, amén de ascensores, pasillos y parqueaderos, se vuelven escenario de una gradualmente degenerada lucha en las entrañas de un sofisticado y enorme rascacielos. Basta una serie de absurdos y tan humanos acontecimientos de envidia para que los habitantes del rascacielos terminen encerrándose en la mole, reduciéndose al abandono de sus pulcros hábitos burgueses... El hedor de sí mismos y de sus excrementos y desechos, sus impulsos tribales que terminan en el predecible egoísmo de sus pulsiones básicas, terminan siendo el hogar acogedor dentro de su elegido encierro.
Qué nos hace civilizados? El miedo. Algunas buenas almas quizás sean incapaces de lo oscuro, otros sólo necesitaremos el contexto, las circunstancias adecuadas. Ballard y Disch coinciden en hacer felices a sus protagonistas en medio del aparente hediondez y horror de la pérdida de sus naturalezas civilizadas. Ballard, quien vivió de cerca el horror (haré más adelante la reseña de El Imperio del Sol) en un campo de concentración japonés, entre los 11 y los 14, construye personajes más complejos. Con menor talento narrativo y de artista, los de Disch parecen una simple provocación. Ambos libros abandonan cualquier conjugación de la esperanza. El humano es un animal condenado a sí mismo. Mataperros, abyecto, fornicador, deplorable, insaciable.
Ninguna de las dos novelas satisface la premisa básica que me justifica la ciencia ficción. Aquí lo único de común con la ciencia ficción es el mundo posible en el futuro del escritor, pero no hay elementos que desentrañen con ayuda de lo posible no real, aspectos no convencionales de la cosa humana. En ese sentido, lo que exploran Ballard y Disch ya lo ejercen los soldados gringos en Irak, cualquier soldado en cualquier guerra, tantos padres, tantas madres, tanto niño con su vocación insondable de caníbal, tantos congéneres despiadados en escenarios tan cercanos. Lo que sucede en el rascacielos y en ese mundo devastado por las monstruosas plantas está sucediendo en el vecindario.

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