después de conectar el cable
me besaste
con un gesto de cruel
condescendiente
devoción:
-estás seguro de que sí quieres?
-sí- dije
mientras otra voz se escuchaba
lejos
en algún lugar dentro de mi cráneo.
te abullonaste dichosa en tu equipo
me apretaste la mano.
la voz, tu voz, se escuchaba perdida en una circunvolución
y empecé a quedarme dormido.
sé que seguiste sonriendo.
cuando desperté sólo quedaba tu devoción desnuda
y tu sonrisa sin arrogancia:
-te amo- dijiste.
(-sé que significan esas palabras- pensé
y no me escuchaste.)
solo sentiste mi dicha simulada:
millones de sinapsis embriagándose de eso
que gente como tú llama amor.
te sonreí.
-nunca me mentiste, nunca... te amo- repetiste, embriagada.
el cable es unidireccional. tiene que serlo.
yo no estaba en tu mente, pero no necesitaba una conexión de cables
para saber qué estabas pensando.
y me besaste.
dejé que lo disfrutaras.
y entonces en mi mente
bajo tu presencia repugnante
se abrió una oscuridad repentina
y caiste
tu boca se detuvo y se enfrío en mi boca.
ahora yo sonreía.
sonreía mientras tú te hundías
en una oscuridad hecha de cuchillas
de excrementos
de ira que escupia bilis
de niños sin ojos
y ancianos que se pudrían colgados de ganchos
y todo aullaba
todo hedía
y tú aullabas adentro.
desconecté el cable.
acaricié el cabello de ese cuerpo que ya no habitabas.
ahora eras mía.
más de lo que nunca pensaste que yo
podía ser tuyo.
-no hay artefacto- te susurré en medio de tus gritos
-con que puedas recorrer una mente podrida,
perversa
y múltiple
como la mía-
bienvenida. bienvenida. bienvenida.
bienvenida a mi agonía.